lunes, 31 de mayo de 2010

Piénsalo dos veces




Si con tu primer amor

te encuentras un día

en el bar de la esquina

al caer el sol

no lo pienses dos veces

invítala a un café

-

y si no la has olvidado

no se lo recuerdes

que no hay cicatrices

que el tiempo no haya curado

ten siempre presente

que no hay dos sin tres

-

aunque el corazón

se haga el distraído

y te cante al oído

la misma canción

y que en tu cama se siente

la melancolía

-

no desees los labios

que no han de curarte la sed

no quieras las manos

que ya no queman tu piel

ni los ojos que no te ven

a través de la copa vacía

-

no te olvides amante

que todo lo bueno es pecado

en su casa, calle deseo

a dos cuadras del bar

y que una copa de vino

también es algo prohibido

-

piénsalo bien dos veces

no vayas a arrepentirte

que si algo quieres decirle

no te hace falta un sillón

ni el fuego de los leños

que engañe al corazón

-

pero si ella te mira a los ojos

te mira y luego sonríe

róbale un beso sin prisas

-

que donde ayer hubo fuego

si aún encendido no sigue

al menos quedan cenizas...

domingo, 23 de mayo de 2010

Aliento de vida

Y afloran revoltosas cien lágrimas de fuego

por siete verdes mares de salitre impregnadas,

y callan mis silencios y gritan mis lamentos,

y olvidan al olvido las tierras coloradas.

-

Buscándole una excusa a esta torpe existencia

noventa veces late el corazón apasionado,

de un hombre que rechaza el frío pacto de la ausencia

y aférrase a la vida tal cual árbol enraizado.

-

Allá donde eternas claman las voces de los héroes

de épicas batallas otrora mal libradas,

sobran las palabras truncas manchadas de sinsabores,

quiméricos reflejos inmortales de la nada.

-

Firme toma en sus manos las riendas del destino

el hombre en su caballo corcoveándole a las ánimas,

pues es inevitable que trace su camino

humilde como el canto del gorrión de la alborada.

-

Y cuestiona el hombre sabio al ver caer la tarde

la cruel e inclemente tarea de los puntos finales,

verdugos de fogones que por la vida misma arden

en sincronía con las risas y a destiempo con los males

-

Un tiempo prudencial para escribir nuevos cantares

le pide el jefe sabio al viejo jefe del cielo,

y gime y reza y niega de su historia los azares,

porque aún le quedan comas dejadas en el tintero.

domingo, 16 de mayo de 2010

Dicen que Madre hay una sola...



Dicen que Madre hay una sola…

La mía es Valeria,

La Lola.

Para vos este regalo Mamá.


Si me preguntaran qué es una madre, no sé si sabría muy bien qué responder. Mi madre es calentona. Es perfeccionista. Fuma, y le gustan las cosas dulces. Pero el café sin azúcar, bien amargo, y extrafuerte. Mi mamá no es de las que salen los domingos. Prefiere ver fútbol en la cama con papá, con quien ha desarrollado un ‘aguante’ simbiótico desde hace ya algo más de 25 pirulos. Envidiable lo de los viejos… Pero mamá es así. Nada de piscina ni clubes familiares. Más bien hogareña. Compu y estufita. Y helado. Mucho helado.

Si me preguntaran qué es una madre, no sé si sabría que atributos adjudicarle. Mi mamá es tricolor a muerte, blanca en el alma pero frentista en el voto. En Río tiene un amor que se llama como papá, Padre Miguel. La Lola es bien Zorrilla de apellido. Los dos somos del Realma y de Gremio, pero ella es roja en Argentina y a mí me gusta River. Eso se tolera, pero lástima que es también Aguatera…

Si me preguntaran qué es una madre, tendría miedo de idealizarla demasiado. Porque mi mamá es medio gritona, impulsiva y cabeza dura (eso lo heredé). Le gusta la buena música, bailar, el champagne, las bananas fritas de Yolanda, y las cosas que cocina mi hermano. Le gusta el samba y viajar. Amó París, pero dice que su corazón podría robárselo Roma… A mí me gusta Londres, y a ella los ingleses le parecen aburridos.

Si me preguntaran qué es una madre, les contaría que a la mía le gusta comer bien. Y la sabanita eléctrica en invierno, y que papá le haga masajes. Cinéfila, diría la abuela, con quien comparte su grand amour pour la France. Es perrera de alma, y ahora tiene un perro que la ama como sólo él.

Si me preguntaran quién es mi madre, les diría que es una amiga de fierro. Me gusta pensar que eso también lo heredé, al menos en parte. Siempre poniendo a los demás antes que a sí misma. A veces demasiado. Pero la Lola no te falla. Les contaría que le encanta regalarles cosas a sus hijos. Es una mujer que siempre está pensando en ti. Y nunca se olvida de nada, y por ende, espera lo mismo de los demás. Pero en eso le salí a papá. Sorry Mother

Si me preguntaran quién es mi madre, les contaría que cuando era chiquito, siempre que volvía del trabajo me compraba un animalito de goma. Y casi murió cuando de chiquito hice tres convulsiones. Les diría que fue una mujer que jamás les pegó a sus hijos, pero fue y es sumamente estricta cuando de respeto y modales se trata. Y les contaría que a veces sueño con su voz, y no sé porqué me parece que la escucho diciéndome cosas cuando era chiquito, y esa voz me calma.

Si me preguntaran quién es mi madre, intentaría trasmitirles cuánta tranquilidad me trasmite cuando la tengo a mi lado en momentos difíciles. Y lo compinche que es, y lo mucho que todos mis amigos la admiran. Les contaría que con su suegra no tendrá la mejor de las relaciones, pero que siempre la ha respetado y jamás dejaría de cuidarla, porque siempre ha buscado lo mejor para la abuela de sus nietos. Les contaría que ama a su madre, a quien realmente adora, y que cada día de su vida extraña a su papá que se le fue medio temprano. Por sus hermanos daría la propia vida, y ha sabido cultivar grandes amistades a lo largo de su vida. Y sus sobrinos tienen locura con su tía Valeria.

Y quisiera contarles lo mucho que me gusta su perfume, en particular su Eau de Givenchy, y creo que hasta ahora disfruto tocarle el pelo. “Pelo pelo”.

Y que con ella viajamos a muchos sitios. Y que es elocuente, generosa y justa sin igual. También me gustaría decirles que es una mujer para quien la libertad y el respeto son pilares de su existencia, y así procuró construir los cimientos de su hogar.

Les contaría que a la Lola le debo mi vida, mis alegrías, y todo lo que soy y tengo.

¿Perfecta? Ni pensarlo. ¿Lo más hermoso en mi vida? Sin dudas.

Te amo Ma. Feliz día hoy, y ayer, y mañana, y por siempre hasta que la muerte nos separe. Y después también.

martes, 4 de mayo de 2010

Esto me huele a sabiduría...

A Isabel siempre le gustó leer. Nunca olvidó el primer libro que su padre le regaló. Hasta hoy recuerda aquella tarde lluviosa como si los años no hubiesen transcurrido.

Las gotas se colaban en la parra desnuda del fondo, y el calor del horno encendido empañaba el vidrio de la cocina. Un olor dulzón, a mermelada casera, a clavo de olor y almíbar, iba gradualmente tomando cuenta de la vieja casona. Un aroma que desde su infancia se le . impregnado en la piel como un vestigio del amor que recibió en aquel hogar de paredes blancas y techos altos, y que quince años más tarde en tiempos menos favorables le recordaría a su madre y a los días más felices de su vida.

Isabel estaba sentada en un banquito alto de madera, y sus pies no llegaban al suelo. Con sólo tres añitos tenía los ojos claros como su abuela, el pelo castaño almendra como su padre y pecas en el rostro al igual que su madre, pero una sonrisa tan mansa como nunca se había visto en la familia era su rasgo más distintivo.

Su mamá, le había encargado controlar la hornalla mientras iba a la panadería de la esquina por “una rica sorpresa”. Isabel sabía que la sorpresa se traducía en tortas fritas. Finitas y crocantes tortas fritas con azúcar. Bastante azúcar.

A las seis, puntual cual relojito suizo, llegaba su padre del trabajo. Ella siempre lo esperaba ansiosa, expectante. El viento golpeaba la puerta de mosquitero que daba al fondo, lo cual a menudo producía un leve escalofrío en la niña. Levantó la mirada y vio el reloj de pared. Seis en punto.

Sintió el ruido de un auto que estacionaba, e inmediatamente la puerta del frente que se abría. Era su padre.

Princesa, le llamaba siempre. ¿Cómo está mi princesita cumpleañera? Isabel corrió a recibirlo. Su padre colgó el paraguas negro, se quitó la larga gabardina y alzó a la niña en brazos. Le dio un beso en la frente y se sentó con ella en el silloncito del hall de entrada. Te traje un regalito, Princesa, pero es una sorpresa y tenés que cerrar los ojitos. Isabel obedeció, e inmediatamente sintió que su padre sacaba algo de una bolsa que había notado que llevaba en la mano y lo colocaba frente a su cara. Ahora, Princesa, dijo Raúl, quiero que respires profundamente. Así lo hizo la niña, y como en una ráfaga sintió un olor que no podía identificar, pero que la cautivó al instante.

Su padre le cubría los ojos con una mano para que no espiase, y la niña no dejaba de inhalar el perfume de ese objeto desconocido que se encontraba a apenas unos centímetros de su cara. Entonces, suavemente, sintió el contacto de la página fría con su la punta de su nariz. Raúl retiró sus manos de los ojos de la niña, y ésta los abrió lentamente. Alcanzó a leer un nombre: Ismael. Pese a su corta edad, Isabel ya podía leer.

Era su primer libro, y había sido un encuentro de fantásticas, casi mágicas proporciones. Cuando su padre cerró el tomo y lo colocó sobre sus pequeñas manos, la niña acarició con detenimiento su tapa dura sobre la cual se veía el dibujo de una ballena completamente blanca y un barco con varios hombres. Alcanzó a leer en letras doradas “Moby-Dick, por Herman Melville”. La niña abrió su regalo al azar por la mitad y lo arrimó nuevamente a su cara. Volvió a respirar con intensidad, más allá de la capacidad de sus pulmones, que se le llenaron de curiosidad y ansias de saber más, de ganas de devorarse sus páginas y desenterrar las historias que en cada párrafo y con cada capítulo irían cobrando vida y tornándose reales, a medida que ella fuese acariciando renglón tras renglón con su mirada serena.

Isabel se vio sumergida en un estado de trance que le duró toda la tarde, y que poco alteró la llegada de su madre. Esa noche, la pequeña se fue a la cama con su nuevo libro bajo el brazo, que colocó sobre su almohada como cualquier niño habría colocado un peluche o un muñeco. Isabel se durmió acariciando las hojas recién impresas con sus pequeños dedos y aspirando el perfume a páginas nuevas y a tinta, siempre en pequeñas cantidades por miedo a que se agotase demasiado pronto. Años más tarde, llegaría a la conclusión de que los años van paulatinamente realizando un sabio canje en señal de gratitud por la preservación de un libro, transformando esa fragancia a libro nuevo en un olor aún más fascinante y singular: el olor a libro viejo.

-

Los libros me transportan. Me narran historias épicas y me susurran secretos al oído por las noches. Cada libro es un vasto universo lleno de oportunidades, y sus personajes se vuelven tan reales que con frecuencia me ha costado discernir la realidad de la ficción. Aunque a veces pienso si realmente existe tal frontera, o si no es más que un engaño de los sentidos, meras quimeras, y si de hecho ambos mundos, el de Melville y el de Ismael, no coexisten en pacífica armonía en dos planos eternos y paralelos. Sólo sé que por los libros he vivido muchas vidas, amado muchas veces y muerto otras tantas. Y sé también que en cada libro que leo, yace oculta y expectante la promesa de algún anhelado reencuentro.

domingo, 2 de mayo de 2010

Querida Tía Ema


Querida tía Ema:

Hoy pensé mucho en ti. Un libro viejo de historia me hizo recordar las lindas tardes de invierno en la mesa de la cocina, rodeados de resúmenes sobre la revolución industrial y varios mapas para geografía. Qué bien que la pasábamos juntos ¿no? La verdad que sí. Es que cada día que pasa te extraño un poco más, te cuento.

Creo que esta carta te la debía hace tiempo. Me está costando escribirla, pero tengo que ser fuerte. Es que nunca nadie me amó como tú, o al menos no a tu manera. ¿Cómo agradecerte las horas que me dedicaste cuando era niño? ¿Cómo? Las horas que me leías en la falda día tras día hasta ahora las recuerdo. Fue mucho amor el que me diste, ¿sabés? Toda esa paciencia y esa dedicación invaluable.

Yo siempre le digo a papá que desde que nos dejaste me enfermo más seguido. Es que ya no tengo a nadie que rece por mí tantas horas al día… No todos tienen la suerte de tener a alguien que los piense tanto. Pero yo te tuve. Me gusta creer que de algún modo yo fui la luz de tus ojitos claros, y tú fuiste mi estrella de la suerte. Todavía lo sos desde allá arriba. Aún siento que me vas guiando por el camino. Me siento en tus brazos como el mismo día que me viste nacer. Eras pura ternura, ¿te lo dije alguna vez?

Con mamá también hablamos mucho de ti, y en una cosa concordamos: jamás conocimos a nadie tan dulce. Eras tan sana, tía, tan libre de malos pensamientos y con una capacidad de amar tan vasta, tan infinita. Jamás un rencor, jamás una palabra afilada. Siempre tan pura…

Recuerdo muy patente el brillo de tu mirada cuando entraba a verte al cuarto. En esos días ya no te levantabas, y sin embargo tu situación jamás pareció hacer flaquear tu entereza de espíritu. ¡Qué sonrisa se te imprimía en la carita entonces! Tampoco volví a ver una sonrisa parecida. Extraño tu perfume y extraño tus abrazos. Esos abrazos de los fuertes, como nos gustaba decirles. Extraño cantar contigo. Nunca más quise cantar Desde Santurce a Bilbao. Es que no puedo, no desde que te fuiste. ¡Se me hace un nudo tan feo en la garganta! Si supieras cuánto te debo por todo lo que soy y tengo. Por todas las horas de tu vida que me regalaste…

Siempre procuro recordarte en cosas lindas. Me acuerdo que adorabas las frutillas. Yo siempre te preguntaba si querías comer alguna, y me decías que sólo una. Pero tengo que confesarte algo: de diablito, solía dejar tres o cuatro con azúcar en el plato, sobre la mesa y bien al alcance de tu mano. Entonces con Pedrito ‘el pincha-pincha’ (que ya no está tan terremoto) nos escondíamos atrás de la puerta de la cocina, donde no podías vernos porque quedabas de espaldas. Entonces, muy picarona vos, girabas la cabeza hasta donde los años te permitían y, cuando creías que no habían Ormaecheas en la costa, estirabas la mano y te robabas una ‘frutillita’. Por supuesto, nos encantaba entrar justo en ese momento, y nunca faltaba el que la pusieras de vuelta en el plato y dijeras con un intento de disimulo: “¡Estaba viendo qué buenas estaban las frutillas!”. Creo que ya no las hacen tan ricas…

Y a veces de tarde me acostaba contigo en la cama, a lo que siempre decías: “Ayyy… que lindo…”. Siempre te decía que intentaras dormir, pero nunca lo lograba. Creo que temías despertar y que me hubiera ido. De todos modos te hacías la dormida para dejarme contento, ¿no? Y de noche, sobre todo en las noches de invierno, me gustaba arroparte y decirte que afuera hacía ‘muuucho frío’, buscando consolarte el sueño con la sensación de un hogar acogedor y una cama calentita.

Nunca me gustó tener que alejarme de ti. Es que tenía que seguir creciendo en la misma ciudad que me vio nacer, ¿viste? ¿Me extrañaste esos meses que no estuve allá en casa? No pasó mucho hasta que decidiste partir, pero vasquita mía, ¿por qué tuviste que hacer la valija un día antes de que volviera a verte? Esa fue muy dura, tía. Me costó resignarme a hablarte una última vez, o a cantar juntos una última zarzuela. A veces pienso si te lloré lo suficiente, pero sé que nunca te gustó verme triste… De todos modos me consuela saber que te fuiste en un tibio sueño, porque así te lo merecías. Sin sufrimientos ni pesares, calentita en la misma cama que felices compartimos tú y yo.

Por acá andamos bien. La abuela está contenta con su nuevo apartamento, y eso me deja feliz. Hay que mimarla a esta Morita. Sé que la querías mucho, y sé que ella también te extraña bastante. Últimamente se le dio por pedirme que escriba, y yo cada día escribo más…

No sé como terminar la carta tía… ¡Es que siento aún así que te he dicho tan poco! ¡Que te merecés tanto más!

Gracias, eso quisiera decirte. Orgullo, eso quisiera causarte. Quiero que desde el cielo me mires, y sonrías. Y se ilumine tu mirada de ángel. Que me busques en mis sueños esta noche, y mañana, y me lleves a pasear de tu mano por la vereda de Rubens bajo aquel plátano como cuando era chiquito.

No puedo evitar amarte... extrañarte... llorarte.

Tía Ama, tía Ama… ¡Qué abrazo de los fuertes quisiera darte!

Tu Juan Diego.

sábado, 1 de mayo de 2010

LA PROMESA DE SER SCOUT

Gracias a Gus Laclau por esta gran foto, y a Alvarito por la genial idea de sacarla..


Daré todo de mí

Por verlos sonreír,

Cada gota de sudor

Cada día sin fin.

-

Cantaré y bailaré

Bajo un cielo sin sol,

Despierto soñaré

Por mantener la ilusión.

-

Lucharé y sangraré

Por un mundo mejor,

Donde no se distinga

Raza, credo o religión.

-

Donde tener esperanza

No sea una utopía,

Podremos lograrlo

Con tu mano en la mía.

-

Porque soy un Scout

De esta fraternidad,

Porque creo en la vida,

En el bien, en la igualdad.

-

Jamás sucumbiré

Ante el miedo de amar,

Apoyando mi fe

En el dar sin esperar

Recompensa alguna,

Puesto que estoy aquí

Para poder dejar la Tierra

Mejor que el día que me vio llegar.

-

Esta es mi promesa

Que lucharé por cumplir,

Aunque el viento sople fuerte

O tenga que partir.

-

Le pediré a Dios que me enseñe

A brindarme sin medida,

A ser generoso

Y a pelear por la vida.

-

Aunque el frío nos hiera,

Aunque me crean loco,

Porque así lo prometí

Y así me habré de ir…

-

Hermano del monte,

Amigo del arroyo,

Donde echaré mi canoa,

Guiado por la flor de lis,

-

Hacia nuevos amaneceres,

-

Hacia tiempos mejores,

-

Hacia nuevas aventuras,

-

Bajo la cruz del sur…

-

A mis hermanos del viento… Halcón Peregrino

La noche que apagaste la luna


Hoy me levanté raro. Me levanté con ganas de extrañarte. Y qué rara sensación, amor, cuando uno se siente tan insignificante. Pasó la mañana y no supe nada de vos. ¿Qué te pasa? No seguís mal por lo de ayer, ¿no? Te lo dije ya varias veces: son duros los agites de la vida. Pero todo se resuelve amor, todo a su justo final llega.

Pensá que sos linda y que te quiero tanto. Pensá y regalame una sonrisa en vez de un llanto. Me duelen tus lágrimas, ¿te lo dije? Cortá con tanto sadismo, y te prometo disminuir mis niveles de retórica. Ése es tu problema, nena. No se puede cada día vivir de dolores y penas ajenas. No está bueno que te extrañen, o al menos no es sano pretenderlo.

Bo, contestá el teléfono. ¡Ya son las cuatro! Como te decía amor, hay cosas peores que ésa. Uno tiene que erguirse y levantar cabeza. ¿Viste lo que dice tu abuela? ¡No te achiques! Son pequeños golpes que todos recibimos tarde o temprano. Es que la vida tiene esa maldita puntería de embocarle a la nuca con el palo… Te da donde más te duele, la muy injusta. Igual me tenés a mí, y siempre estoy a tu lado.

No aflojes che, ¡vamos! ¿Las ocho y no estás en casa? ¡Ni tu hermano sabe donde andás! Con estas cosas no se juega amor, me estás preocupando. Esta corazonada tan fea no me hace bien. ¡Dame señales! ¿Por qué camino a la playa? ¿Estás gritando mi nombre? ¡Estoy yendo rápido! ¡Aguantá un cacho! ¿Por dónde nena, por dónde? Ya te encuentro, dame tiempo.

Se me va cerrando el pecho. Qué rambla ventosa, puteo. ¿Por estas escaleras bajo? ¡Vos guiame que yo te encuentro! Seguí llamando mi nombre. No te escucho, no me dejes. No me abandones ahora, no por boludeces. En la playa fría te busco; y no te veo. Esto es un maldito desierto, este lugar nunca se vio tan feo… Por lo menos está esta luna. Me calmo y pienso: que linda noche para abrazarte en las rocas. Corre un vientito tibio, y justo creo que me vuelve el alma al cuerpo.

Pero bajo la mirada y me hielo. Chiquita, no, decime que no es cierto. ¿Qué es esto que va hacia el mar? ¡No, amor, no! Siento que muero. Porque tengo en la boca esta amarga certeza de que esto que estoy viendo son tus huellas en la arena...

// A mi querida Soledad //


Fiel compañera de la noche,

hermana de la melancolía.

La soledad es la de todos;

es la tuya, es la mía…

-

A veces quiero estar solo

y a veces no tengo opción.

Lo segundo es más amargo,

lo primero es elección.


La soledad es esa amiga

que cuando está te abandona,

que cuando intenta confortarte

te acaricia con congoja.


Y pucha! ¿por qué no decirlo?

Todos nos sentimos solos,

entre familia o entre amigos,

entre el negro y otros tonos…


Cuando intenta seducirme

al oído y sin apuros,

me aprisiona el alma triste

entre inquebrantables muros.


Es el ave que no vuela

o la chicharra que no canta:

es la voz que hoy me consuela

y que mañana me espanta…


Es de día y es de noche,

bien de gala, bien desnuda:

es quien siempre me recita

la verdad más fría y cruda.


Solo te mueres tú.

Solo me muero yo.

Solos nos morimos todos;

el más niño/el más señor.


Porque sólo me reconozco solo

y solo, sólo me conoce ella.

Con ella todo parece menos,

y la muerte algo más bella.


Ella es la más hermosa.

Ella siempre es mujer.

Es amante del bohemio,

cómplice del amanecer.


Fiel compañera de la noche,

Hermana de la melancolía.

La soledad es la de todos;

es la tuya.

Es la mía…