martes, 22 de junio de 2010

Frío inverbal

Invierno, estufa a leña, amaneceres gélidos, helada en los pastos, frazadas tibias, tus manos frías, tu recuerdo cálido y mis pies helados. El viento del sur en la ventana del norte, el cielo y las estrellas tiritando, mis manos temblando y tus labios, chocolate caliente y conversaciones, tiempo, fútbol, mundiales y ansiedad, caminos no a Roma y hojas sí resecas. Muchas hojas resecas en Pocitos. Menos día y más noche. Y qué noches. Y una grapa, una peli en el sofá y los vidrios empañados. Y los amigos y las chicas de los amigos, y las chicas propias y las ajenas. Y las ganas y las dudas, verdades crudas y mentiras de hielo. Nieve, pero no acá. Sí el patinaje sobre hielo. En Rivera la humedad, el viento por estos pagos. Y por estos pagos también la música, el jazz y Michael Bubble. Alfombras suaves, almohadas mullidas y camas arropadas. Baños de agua harto caliente, deportes sin calor pero ejercicio al fin con mi raqueta. Y Wimbledon. Un sol fantasma y una bruma fina en la noche implacable. Bruma fina y tan densa a la vez. Un libro en mi mesa de luz y la veladora encendida. La abuela, las agujas y la lana, las tostadas y las lentejas, ¿con azúcar mijo? Mi campera preferida y las bufandas y guantes, y la esporádica llovizna triste, pero para mí alegría. Y Sabina y Lost y Hershey’s con castañas. Schleiermacher por la tarde y mis escritos por la noche. El calor de las fotos, el olor a mermelada y el dolor de un golpe en seco. Y esta gran ausencia de movimiento y verbos conjugados. Y qué feliz yo en invierno. Bienvenido amigo de cuatro lustros.

domingo, 20 de junio de 2010

El exilio de las ideas

INTRODUCCIÓN

No pretendo hacer de este relato una crónica de carácter histórico ni mucho menos. Un atrevimiento, eso sería de mi parte, adjudicarme el derecho de narrar u opinar sobre la historia y los hechos de una nación, cuando ni siquiera puedo decir que los viví en carne propia, ya que lo que me dispongo a contarles ocurrió allá por 1976 en mi ciudad natal. Sí, eso lo afirmo, y con orgullo. Soy montevideano y riverense, del sur y del norte, de la playa y de los cerros chatos. Soy pseudo-escritor, pero no historiador. Sin embargo, sí lo fue la persona en la cual se centra la historia que estoy apunto de narrarles. Historia que por los azares –a veces inexplicables- de la inspiración me decidí a titular:

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El exilio de las ideas

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La mañana fresca y soleada se descubría en el cielo de la capital, prometiendo una temperatura agradable para lo que restaba de la jornada. Una mañana que desde el primer despunte de luz pescó a Lucía con los ojos como el dos de oro, sin consuelo del sueño y resecos por el desvelo. A Luis ya se lo habían llevado. Su marido era presidente en la Junta Departamental. Lucía, por su parte, dictaba clases de historia en la Facultad de Humanidades. Comunista él. Comunista ella.

No había pasado mucho tiempo desde que lo habían apresado a Luis. Eran tiempos difíciles, manchones negros retintos en la historia de nuestro país. Tiempos de desconfianza hasta del hijo propio, o del padre. Tiempos de secretismo y complots, de guerras de pólvora y de intelectos, de izquierdas y de derechas, de fachas y de bolches, de uniformes y de fugitivos. Y ella temía. Temía por sí misma y por su hijo Daniel, que aún no llegaba a la mayoría de edad. Él no era comunista, sino algo peor aún: hijo de comunistas. Traía las ideas neoliberales desde la cuna, o mejor dicho desde el vientre materno; ideas anarcas, revolucionarias y todo eso... Y ella temía. Temía por él, por su seguridad y su libertad.

Fue así que Lucía determinó su autoexilio y el de su hijo. La disyuntiva estaba clarísima: o salía del país para no volver a entrar, o se quedaba encerrada en su país para no salir más. El contacto ya estaba hecho. La esperaba el mismísimo embajador en la Embajada de México, donde le había confirmado que recibiría asilo transitorio hasta que pudiera partir finalmente a México. Debería ser puntual y llegar a las once de la mañana, ni antes ni después.

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Hago una breve pausa en mi relato para, me nace la expresión en inglés, “shed some light” sobre los hechos, dicho de otro modo, clarificarlos. En esta historia no hay buenos y malos, justicieros y criminales o vencidos y vencedores. Lo que acá les cuento trata acerca de realidades, de supresiones y de espíritus fuertes, de pájaros que simplemente se rehúsan a la jaula. Y por más grande que pueda ser una jaula, sólo es al fin de cuentas una jaula, un espejismo, una quimera de libertad. O se es libre o no se es libre. Solía pensar cuando niño en el zoológico que las águilas en las grandes jaulas eran más libres que los canarios en las pequeñas. Solía pensarlo. Hoy creo que, o el pensamiento galopa libre por el campo, o se lo reprime y termina por ahogarse en su propio deseo de independencia. No sé qué creeré mañana. No juzgo como espero no ser juzgado. No tomo partidos, ni “riva bianca” ni “riva nera”. Ahora sí continúo con el relato…

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Hacía ya varios días que Lucía se escondía en casa de sus dos primas, la primera de sangre y la segunda política, mi tía abuela y mi abuela, respectivamente. Se encontraba allí también su hermana Ñurka. Me cuenta mi abuela que alrededor de las diez comenzó la parte más cruda: el adiós. Me cuenta con lágrimas que asoman con disimulo los largos minutos de abrazos interminables y llantos y últimos besos. Porque en el alma de un pueblo las dictaduras son eternas y no prometen finales, sin que esto mate del todo la esperanza de algunos hombres. Y mujeres. Me cuenta de los nervios y el miedo de no saber si volverían a ver a Lucía, o lo que es aún peor, de no tener ni la más remota garantía de que lograría llegar sana y salva a la embajada. Y veo en sus ojos, en los de la abuela, los ojos de las personas a las que el recuerdo les aprieta el alma y les estruja el pecho. Ese revivir sabores amargos al revolver lo que ya saben…

La situación hacía que todas las medidas de seguridad fueran pocas. Ni los vecinos, que en aquel entonces tenían otro significado, podían saber qué sucedía. Sin embargo había alguna que otra vecina que, pese a conocer el paradero de la buscada, supo echarle correa a la lengua y tragarse las ganas y las dudas. Es que siempre hubo, hay y habrá buenos vecinos.

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Fue por esa inseguridad ambiente que Lucía vestía aquella mañana cálida de otoño una peluca rubia con olor a placard viejo y un sombrero de verano. Me gusta pensar, de atrevido, que se la colocó su prima mayor, mi tía, frente al espejo que hoy tengo en mi cuarto, como una madre que viste de novia a su hija antes del gran “Sí”. Lucía sentada y ella de pie arreglándole los mechones de pelo más oscuro que le huían a la mentira. Me gusta imaginarlas a ambas mirándose a los ojos en el espejo, Lucía con la mirada intranquila pero intentando aparentar que todo estaba bien, y mi tía con ojos que decían: “Cuidate. Yo sé que vas a estar bien. Rezaremos por ti. Te quiero.”

Pasadas las despedidas y una vez que se secaron las lágrimas abrieron la puerta blanca de hierro. En el jardín la recibía la planta grande de flor de pajarito, y el portoncito, cerrado, parecía decirle “No te vayas”. Lucía se alejó de la puerta en dirección a la vereda, y como el portoncito no quería darle paso tuvo que saltar sobre el pequeño muro. Las otras tres mujeres permanecieron inmóviles en el umbral de la puerta, sin mediar palabra y conteniendo la respiración.

Allá iba Lucía, mujer e historiadora, madre e hija. Allá iba una mujer con la cabeza en alto y las ideas claras, sin maletas ni ataduras más que las del sentimiento. Cruzaba la calle Rubens cuando oyó un ladrido que la sobresaltó. Era sólo un perro. Y Lucía siguió caminando en dirección a la esquina de Atlántico y Rubens, quizá con lágrimas en los ojos sin querer mirar atrás, o quizá con los ojos secos y el cuerpo fuerte porque su grandeza, su valentía y principalmente su fe le decían que volvería a ver aquella flor de pajarito bajo soles más vivos. Pero ahora era cuestión de llegar a Avenida Italia para tomar un taxi. El taxi de la libertad. El del nunca más.

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Me cuenta mi abuela que jamás se dio la vuelta, primero porque ojos que no ven corazón que no se arrepiente, y además por la seguridad de la maniobra. Sé que Lucía llegó a la esquina, y me dice la abuela que antes de doblar levantó la mano, se acomodó la peluca y, por un segundo, en ese saludo encubierto, Lucía dijo adiós a su país, a su familia y a sus raíces, pero no a su orgullo y, definitivamente, no a su dignidad.

miércoles, 16 de junio de 2010

Un inglés en Montevideo


Sir John Scott llegó a Uruguay apenas pasado el mediodía. Le llamó la atención, cuando su avión aún se encontraba en ruta de aproximación, el oír a los pilotos de PLUNA decir en un inglés más bien rústico que se habían suspendido las comunicaciones con la torre de control. En cambio, procederían a sintonizar una radio que, si mal no escuchó, se llamaba Sport 890.

Mayor aún fue su sorpresa al aterrizar en la pequeña nueva joyita aeroportuaria de Carrasco. Se encontró un aeropuerto virtualmente desierto, con un por demás bajo número de personal en los puestos de check-in y migraciones. Sir Scott confirmó lo anormal de la situación cuando entró al sanitario: el papel higiénico era sky-blue

Al salir de la terminal de arribos las irregularidades continuaron. Descubrió que no sólo no había taxis o remises, sino que los buses pasaban de forma sumamente intermitente y portando una bandera uruguaya al frente. Todo indicaba que era un día festivo, probablemente la conmemoración de la declaratoria de la independencia o algo por el estilo… Y sin embargo todos en el ómnibus, chofer y guarda incluidos, llevaban puestos un par de auriculares.

No sino tras varios percances logró Sir Scott llegar al Hotel Sheraton, donde, ya sin sorprenderse demasiado, encontró la recepción despoblada. Fue entonces que decidió comenzar una carta a su esposa en Londres, escribiendo lo que humildemente traduzco a continuación:

Wednesday 16th June, 2010

Mi querido pastelito de calabacín,

Mi recibimiento en este país sudamericano rodeado por gigantes ha sido, si se me permite, bochornoso. Al llegar a mi hotel he encontrado la recepción vacía, y luego he descubierto a todos los empleados sentados en las mesas del restaurante de la planta baja bebiendo lo que parece ser una infusión de hierba verde e hipnotizados frente a la pantalla LCD. Fue entonces que descubrí que a las 3.30pm comenzaba el partido de Uruguay en la Copa del Mundo (aunque temo decir, cariño, que pese a ser una ex-colonia nuestra, en Sudáfrica no son tan puntuales como en England, ya que, por lo que pude apreciar, el partido no comenzó sino hasta las 3.33pm).

Sumamente molesto y ofendido por la falta de atención hacia mi persona me decidí a dar una vuelta por el Shopping Centre. Y resulta que estaba cerrado. A primera vista, todo Montevideo parecía un pueblo fantasma. Las calles estaban desiertas… Sin embargo, no pasó mucho hasta que me percaté del paradero de los pobladores. Había concentraciones masivas de personas en los bares de cada esquina de la capital, y provenientes de las casas alcancé a oír murmullos y gritos aislados que se filtraban por las ventanas cerradas.

Sin saber qué hacer en mi tiempo libre opté por dirigirme a alguna iglesia a rezar, como tú bien sabes hago siempre que arribo sano y salvo a destino. En el camino comencé a dudar seriamente de mi buen juicio, puesto que podría jurar que un grupo de perros ladraban al unísono, no el guau guau como se estila en otros sitios, sino algo que más bien sonaba a for lán for lán. Hice de esto caso omiso, asumiendo que era algún efecto resultante del jetlag y de las copas que bebí en el vuelo. Así continué mi camino por las embanderadas calles.

No puedo negar que me resultó un tanto molesta la persistente imagen del mismo caballero en las publicidades de Claro, Oca, Santander, Abitab, etcétera, etcétera, etcétera. Me enteré hace un rato que se llama Lugano…

Cuando llegué a la iglesia se me vino el corazón a los pies. ¡Jamás había visto herejía semejante! En lugar de la imagen de Jesús en la cruz se encontraba un muchacho de pelo largo vistiendo una camiseta con el número 13, y en vez de la esperada inscripción de I.N.R.I pude apreciar que se leía L.O.C.O. (‘crazy’ en inglés). Los fieles habían desaparecido, el párroco estaba sentado con los pies apoyados sobre el altar escuchando la bendita 890 y en lugar del Vía Crucis se exhibían las diapositivas del gol que llevó a Uruguay a clasificar para Sudáfrica 2010. Irritado por semejante blasfemia resolví volver al hotel, donde quizás en mi habitación podría descansar.

Como si todo esto fuera poco, pude apreciar de regreso al Sheraton un comportamiento extrañísimo por parte de las hojas secas, que parecían caer de los árboles más lentamente que de costumbre, asomándose en el trayecto a las ventanas de los bares con la vaga esperanza de ver un gol en Pretoria… No cariño, no estoy perdiendo la cordura…

Imagino que no te extrañarás si te digo que cuando, finalmente acostado en la cama me disponía a ver algún film en la TV, tuve el desagrado de notar que el partido no sólo era trasmitido por los canales de aire, sino que también lo estaban pasando en todas las cadenas de TV: HBO, CNN, ESPN, Discovery Channel, Animal Planet, y ¡hasta en la BBC!

Lo que aún no me queda claro es si hoy se jugaba un partido de la primera ronda o la final de la copa, ya que los festejos posteriores al 3 a 0 con victoria uruguaya fueron por demás excesivos…

Cariño, en unas horas embarcaré de vuelta, esta vez en un confortante vuelo de nuestra querida British Airways. Y si bien no puedo afirmar categóricamente que mi español en esta jornada se haya visto perfeccionado, sí aprendí una frase que por aquí, si no me equivoco, equivale a nuestro “please”. Es algo así como: “soy celestey, celestey soy yo”

Yours,

John.

miércoles, 9 de junio de 2010

Look into my eyes / Mírame a los ojos


English version


Look into my eyes

-and tell me what you see.

--Do you see the struggling man

---and the fire of my restless soul?

----Get deep into my thoughts

-----and feel at ease.

----Leave no space unchecked.

---Do you feel it?

-That’s the power of life, mate,

that’s the certainty

-of a forever-promised tomorrow.

--That’s my will and that’s my fate.

---Not another day to die.

----Just another day to live.

-----This is me: the dreamer,

----the warrior and the hero,

---the poet and the lover.

--Do you see it?

-Then keep on going,

take no breaks.

-Have no rest.

--This is it,

---this life is the one.

----Fight for it! Own it!

-----It’s rightfully yours;

----it’s a present from God.

---Now open your eyes and take a look.

--Love surrounds you,

-the wind whispers your name.

Hear the bells

-and listen to the prayers.

--Enjoy the scent of the flowers

---and let the rain cleanse your chest,

----once again.

-----Now, stand up!

----Don’t you dare quit!

---For there is nothing as precious

--as the miracle of life!

-

Spanish version


Mírame a los ojos

-y dime qué ves.

--¿Ves al hombre luchador

---y el fuego de mi alma inquieta?

----Entra en lo profundo de mis pensamientos

-----y ponte cómodo.

----No dejes nada sin revisar.

---¿Lo sientes?

--Ése es el poder de la vida, amigo,

-ésa es la certeza

de un mañana por siempre prometido.

-Ésa es mi voluntad y ése es mi destino.

--No otro día para morir.

---Tan sólo un día más para vivir.

----Este soy yo: el soñador,

-----el guerrero y el héroe,

----el poeta y el amante.

---¿Lo ves?

--Entonces sigue caminando,

-sin pausas.

Sin descanso.

-Es esto,

--esta es la vida.

---¡Pelea por ella! ¡Sé su dueño!

----Es tuya por derecho;

-----es un regalo de Dios.

----Ahora abre tus ojos y mira alrededor.

---El amor te rodea,

--el viento susurra tu nombre.

-Oye las campanas

y escucha las plegarias.

-Disfruta el aroma de las flores

--y deja que la lluvia limpie tu pecho,

---una vez más.

----¡Ahora levántate!

-----¡No te atrevas a rendirte!

----¡Por que no hay nada tan preciado

---como el milagro de la vida!

domingo, 6 de junio de 2010

El día que el pensamiento se fugó con el alma

Tocando una melodía, y por un leve descuido de la Razón, se me escapó el Pensamiento de la cárcel de los Protocolos y se fugó con el Alma a los campos de la Imaginación. Los Protocolos, principales inversores de la cárcel, ejecutaron a la Razón por su error imperdonable. Y en ese mismo instante se vieron obligados a suicidarse.

Al fin, el Pensamiento y el Alma corrieron libres en un abrazo fundido, anhelado por ambos, y prohibido desde tiempos inmemoriales. El Alma siempre fue acusada de herejía, quemada en la hoguera 365 veces, aunque siempre en el cuarto de día que quedaba milagrosamente volvía a resucitar. Por su parte, el Pensamiento llevó siempre una relación un tanto sadomasoquista con la Razón, que lo celaba desde lo íntimo, y lo ataba, lo amarraba al poste de los mellizos: la Rectitud y el Quédirán.

El Pensamiento y el Alma rodaron cuesta abajo por campos verdes durante tres días completos. Al cuarto día llegaron al puerto de la Locura, que ayudada de las hermanas Ganas logró convencer a los enamorados para que se tomaran el primer velero que zarpara con destino al puerto de la Eternidad.

A bordo del velero llamado Felicidad, el Alma sedujo al Pensamiento y le hizo el amor tantas veces como el Pensamiento le había hecho caso a las íntimas enemigas del Alma: las Palabras Necias. Lo hicieron 5 x 1010 veces, y cada vez con más ganas.

Y cada vez que terminaban, exhaustos, acostados sobre la proa mirando el cielo se ponían a contar estrellas. El Pensamiento le preguntaba al Alma si escaparse había sido lo correcto. Le confesaba al oído que extrañaba la seguridad de la Razón y la comodidad de la cárcel de los Protocolos.

Y el Alma lo miraba a los ojos y sonreía, y le aliviaba las dudas mientras le narraba anécdotas y confesaba verdades que sólo ella conocía: le contaba de sus escapadas nocturnas por las calles de la Melancolía, de todas las veces que la Nostalgia la había hecho llorar, y de cómo siempre la Esperanza la había consolado. Le contó acerca de la noche en que su exnovio, el Amor, le clavó un puñal por la espalda y, cuando creyó que moriría desangrada, una gran médica amiga, la Amistad, había logrado disminuir la hemorragia. Y el Pensamiento observó detenidamente, y vio como aún el Alma sangraba donde el Amor le había hecho la herida. El Alma tuvo que explicar que aún faltaba un tiempo para que las medicinas que la Amistad le había dado –el Consuelo, el Hombro y la Lealtad- lograran cicatrizar por completo. Y admitió que temía que la cicatriz nunca desapareciera del todo.

El Alma también le contó al Pensamiento que siempre lo había deseado, que había luchado varias veces porque la prefiriera a ella y no a la Razón, pero que todos sus intentos habían fallado, porque la Razón recibía gran ayuda de un espía extranjero: el Miedo. El Miedo, decía el Alma, había intentado mudarse a su casa varias veces, pero fueron tantas las veces que lo echó a patadas, que decidió este primero irse a vivir con la Razón, con quien había desarrollado una íntima relación de dependencia.

El Pensamiento, maravillado con la versión de los hechos del Alma, quiso saber más. Fue entonces que le pidió a su amante que le contara acerca de la Envidia. El Alma se estremeció.

Temo tener que admitir que la Envidia es mi hija, dijo el Alma. En aquel entonces andaba de novia con el Orgullo, y por un descuido nació la Envidia. No se suponía que las cosas salieran de ese modo, decía el Alma con lágrimas en los ojos. Y el Pensamiento confesó que algún tiempo atrás se había de alguna forma involucrado con la Envidia, pero le juró al Alma que ya la había olvidado, y justo en ese instante apareció en la proa del barco y bajo el cielo estampado de estrellas un viejecito de barba blanca apoyado en su bastón: era el Perdón. El Alma lo presentó a su amante, y le contó al Pensamiento cómo el Perdón le había salvado la vida el día que casi se ahoga en el Mar del Rencor. Lo presentó como el Perdón, el Sabio.

Cuando amanecía, mientras el Alma y el Pensamiento aún navegaban abrazados sobre el suelo de madera, en el velero de la Felicidad por el Mar de las Promesas, la comandante del barco, la Libertad, anunció que en breves instantes estarían arribando al puerto de la Eternidad. A pocos kilómetros de la costa ya se divisaban los Montes de las Utopías, y el Alma dejó caer una lágrima cuando los vio: son reales, le dijo el Alma al Pensamiento, ¡te dije que las Utopías eran reales! El Pensamiento se rehusaba a creer lo que veían sus ojos, pero cuando la Fe, que también iba a bordo del barco, le alcanzó un par de largavistas, no tuvo más remedio que admitir su error y disculparse por haber confiado en los Incrédulos. Inmediatamente, una señora que también viajaba a bordo, la Abundancia, invitó una ronda de Euforia para todos los pasajeros y tripulantes, y de aperitivo se sirvieron las Pequeñas Cosas de la Vida, que nunca faltaban a bordo del barco de la Felicidad.

Finalmente llegaron todos a destino, y cuando sin querer dejé de tocar la melodía, el Pensamiento fue capturado por los Realistas, que inmediatamente lo devolvieron a la cárcel de los Protocolos. Pero el panorama era distinto: los Protocolos habían por fin desaparecido, y pese a todos los pronósticos, la Razón se había salvado gracias al Corazón y a sus hijos, los Milagros, que pronto le curaron las heridas que le dejaron los balazos que cinco días atrás la habían acribillado. El Pensamiento vio que la Razón también había cambiado: se había vuelto más humilde gracias a la influencia de una buena amiga: la Autocrítica, que la había persuadido para que cambiara sus hábitos nocivos.

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El Alma, por su parte, se quedó en la Eternidad por los siglos de los siglos…

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Justo lo que le había recetado el doctor.

jueves, 3 de junio de 2010

a vos - a ti - a usted



A vos, lector:

Vos, lector de quinta, decime qué te pensás… La vida no es simplemente leer y hacer tuyas mis obras, ¿o sí? ¿Te creés que porque abro mis versos y mis cuentos a tus ojos, porque te sirvo en bandeja algo tan preciado como los enunciados que se repiten como un eco en mi cabeza, podés, por arte u oficio, hacerte de ellos como si fueran propios?

La vida no es así de simple, no señor. ¡Esto es un absurdo! ¡Un ultraje! Si supieras lo difícil que es entenderías. ¿O acaso se te ocurre que podés adueñarte de mis rimas y mi métrica? Eso es lo que hacés vos; desglosás mis párrafos, destripás mis historias y las dejás hechas comas y puntos flotantes, a la deriva, que cambiás de orden en tu perverso subconsciente y reordenás con tu batuta cerebral. Te aprovechás de mis pronombres por ser deícticos y los interpretás a tu manera, tomando en cuenta poco o nada sus sentimientos y sus correferencias…

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Ahora que lo pienso, el que está equivocado soy yo. ¡No debería mostrarte mis cosas! ¿¡Por qué tengo que abrirte la puerta de mi casa si ni siquiera te conozco!? Probablemente nunca nos vimos, y tú, lector, tú te atribuyes derechos subjetivos e intereses legítimos sobre mi obra indefensa, la conquistas, y la conviertes a tu religión, si es que acaso tienes una, ¡y de mí la emancipas!

De todos modos fui yo quien te abrió la puerta, ¿no? Ahora que lo pienso, no es tu culpa entrar a un sitio donde alguien decidió no pasar la cerradura. ¿Qué dices? ¿Que soy un hipócrita? No quiero verlo desde esa perspectiva. Aunque puede que tengas razón… No he sido justo contigo en los párrafos de arriba. Tú hiciste lo que pudiste, y es tan válido como lo hecho por mí mismo.

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Al fin y al cabo, le di permiso, le pedí a usted que leyera, que me leyera, y lo mínimo que puedo hacer para retribuirle su amable atención y el tiempo que nos ha dedicado a mí y a mis textos es escuchar su opinión, su visión de mi mundo, tan válida como la del abajo firmante. ¿Por qué mi pozo tiene que ser su pozo? ¿Por qué mi gaviota tiene que ser la misma que su gaviota? Las dos gaviotas existen, y los dos pozos también…

Señor Lector, perdóneme por la soberbia y disculpe mi egoísmo. Me doy cuenta que su rol también es importante, y si bien no escribo para que lea lo que escribo, lo que escribo está para que usted lo lea, cuando quiera, si lo desea. ¿Me entiende?

Saludos cordiales,

Halcón Peregrino