lunes, 29 de noviembre de 2010

¿TU VIDA EN EL FAST-FORWARD?

La noche de domingo me trajo consigo una reflexión que se ha pasado las últimas dos horas navegando sin descanso en mi mente. De hecho, todo surge a raíz de la película Click, protagonizada por el versátil actor norteamericano Adam Sandler.

Para quienes hemos visto la película, grupo en el cual de ahora en más me incluyo, el mensaje se deslinda sin mayores dificultades. Disimulada por el incesante humor que se extiende a través de la mayor parte de la trama, se nos muestra de la forma más cruda una realidad a la cual muchos hacemos oídos sordos y ojos ciegos: el hecho de que nuestras vidas estén pasando a velocidad de fast-forward, término que en inglés designa a la modalidad de los controles remotos para acelerar el desarrollo de la película. Para los menos entendidos, es el opuesto a “rebobinar”.

Alejándome un poco de las generales de la película, que recomiendo a cualquiera que aún no la haya visto, quisiera focalizarme en la moraleja de la historia. Se trata, a grandes rasgos, de un personaje que se hace de un pequeño control remoto que le permite comandar a piacere el trascurso de distintas instancias a lo largo del día a día. Lo que llama la atención, sin embargo, es que este personaje muestra una gran preferencia por presionar el botón que le permite adelantar su vida bastante más a menudo que lo que oprime el botón de pausa, y ni que hablar el rewind.

Y en efecto, al principio parece divertido; logra evitar las horas perdidas en embotellamientos de tráfico, se saltea las discusiones con su mujer, aprieta mute cuando sus hijos se acercan a hablarle y pedirle favores, e incluso adelanta su vida a la hora de hacer el amor con su mujer. Para cualquier espectador, al principio, y pocos podrán negarlo, la idea se resume en una sola palabra: sensacional. Es como un editar los momentos que nos estorban, que sobran, que son simple “relleno” del transcurrir de nuestra existencia. Lamentablemente, en seguida uno se percata que estos momentos representan una porción significativa de la vida de nuestro sujeto en cuestión.

Lo abrumadoramente espeluznante, sin embargo, llega un poco más avanzada la trama, y es cuando Michael (Adam Sandler) comienza a notar que el control remoto funciona a memoria, es decir, registra el uso reiterado y empieza a saltear escenas de forma automática según las preferencias guardadas de su usuario. ¿Se sigue el hilo?

El resto de la obra prefiero omitirlo por respeto a los lectores que, como yo, aborrecen saber los finales de libros y películas antes de llegar a ese punto por sí mismos. Y ahora te pido, en cambio, que por un segundo pienses hasta qué punto no tenés ya en tus manos este moderno control azul…

Al menos en Montevideo, comienzos del siglo XXI, a la gente le gusta “desenchufarse”. Irónico, ¿no? Miramos un programa de tele que no nos aporta nada, simplemente para “desenchufarnos”. Dormitamos en el ómnibus o escuchamos música, porque necesitamos “desenchufarnos”. Insisto, pensémoslo bien: si estamos utilizando la jerga de las máquinas, con expresiones como “desenchufe total”, o “stand-by”, o cuando “hacemos corto circuito”, es porque gradualmente nos vemos a nosotros mismos cada vez más similares a una máquina. Entonces, te pido que te imagines como una pequeña televisión. ¿Te resulta apetecible la idea de “desenchufarte”? Cómico, porque tenía entendido que desde que el hombre es hombre, nuestra raza venía intentando huirle a ese “desenchufe total”.

Lo que Michael logra hacer en la película no es tan disparatado, ni se diferencia –a grandes rasgos- de lo que nosotros mismos hacemos cada día con más frecuencia. No es poco común que nos invadan blancos mentales. ¿Acaso no te ha pasado de quedar desconcertado porque no recordás cómo llegaste caminando a tal o cual lugar, o es que nunca has mirado sospechoso a los comensales que te rodeaban, porque jurarías a pies juntillas que es rotundamente imposible que tú mismo te hayas comido un plato de comida sin siquiera percatarte, y te resulta de lo más extraño ver cómo tu vaso de bebida se vació sin que lo recuerdes? ¿Y los resultados? No disfrutaste el recorrido al caminar, así como tampoco te deleitaste con el sabor de tu almuerzo. Y lo más triste de todo: después de beberte un vaso lleno de agua fresca seguís con la misma sed.

Otro pequeño análisis. Cuando estamos aburridos, cansados, consternados con el trabajo, con ganas de llegar a casa, pedimos a gritos que el día se pase volando. Si Dios tomara en cuenta todas nuestras plegarias, los lunes durarían menos de una milésima de segundo. Ya que estamos con la jerga, lo que queremos es apretar el fast-forward.

Pero, ¡oh pequeño detalle!: llegó el viernes a la noche, y todos queremos apretar el botón de pausa. Que no se pase el ‘finde’ tan rápido, que la noche sea eterna, que el sábado tenga 48 horas… Y así, desde lo profundo de nuestros corazones, o al menos eso creo, “domingo a la noche” es equivalente a un juramento de los más groseros jamás pronunciados. Es detestable.

¡Es patéticamente irónico! ¿Parece o no parece una broma de mal gusto? Fast-forward de lunes a viernes, pause de sábado a domingo, Fast-forward, pausa, y así vamos, más y más, alternando, día a día y año a año, desesperados, perdidos, con nuestra parte trasera a dos manos buscando un equilibrio del que no vemos ni la sombra… Pero, un momento, ¿qué es ese botón tan grande y redondo en el medio del control? ¿Play? ¿Qué querrá decir? Entonces lo apretás y… ¡sorpresa! Un segundo es un segundo. Ni 0.5 ni 2,4. Al fin el ansiado equilibrio. Y pensar que es por lejos el botón más grande, al menos de mi control remoto…

¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas? ¿Hacia qué destino estamos “fast-forwardeando”? Nos estamos olvidando de vivir con menos mediocridad y un poco más de intensidad. Nos regalaron una entrada al cine para ver una única película, y de la cual somos solos protagonistas. Y en esa mágica noche, que no tiene avant-première, cabeceamos, bostezamos, y sin darnos mucha cuenta los amigos y la familia que nos acompañaron al cine lentamente se van marchando por las sendas laterales.

Esa mágica noche, señoras y señores, es a la vez estreno y última función. Y si nos descuidamos y apretamos demasiado a menudo el fast-forward, en un abrir y cerrar de ojos, con el pop a medio comer y casi sin tocar la bebida, nos encontramos en la escena final y a continuación vemos escrito nuestro nombre, de forma lapidaria y sobre un fondo negro. Pero lo más triste de todo, amigo mío, es que por más que llores y patalees, y se lo pidas en dos mil idiomas, el universo no te da entradas para una próxima función…

¿¿Fast-forward?? No, gracias… Déjenme ir en “PLAY”