Querida tía Ema:
Hoy pensé mucho en ti. Un libro viejo de historia me hizo recordar las lindas tardes de invierno en la mesa de la cocina, rodeados de resúmenes sobre la revolución industrial y varios mapas para geografía. Qué bien que la pasábamos juntos ¿no? La verdad que sí. Es que cada día que pasa te extraño un poco más, te cuento.
Creo que esta carta te la debía hace tiempo. Me está costando escribirla, pero tengo que ser fuerte. Es que nunca nadie me amó como tú, o al menos no a tu manera. ¿Cómo agradecerte las horas que me dedicaste cuando era niño? ¿Cómo? Las horas que me leías en la falda día tras día hasta ahora las recuerdo. Fue mucho amor el que me diste, ¿sabés? Toda esa paciencia y esa dedicación invaluable.
Yo siempre le digo a papá que desde que nos dejaste me enfermo más seguido. Es que ya no tengo a nadie que rece por mí tantas horas al día… No todos tienen la suerte de tener a alguien que los piense tanto. Pero yo te tuve. Me gusta creer que de algún modo yo fui la luz de tus ojitos claros, y tú fuiste mi estrella de la suerte. Todavía lo sos desde allá arriba. Aún siento que me vas guiando por el camino. Me siento en tus brazos como el mismo día que me viste nacer. Eras pura ternura, ¿te lo dije alguna vez?
Con mamá también hablamos mucho de ti, y en una cosa concordamos: jamás conocimos a nadie tan dulce. Eras tan sana, tía, tan libre de malos pensamientos y con una capacidad de amar tan vasta, tan infinita. Jamás un rencor, jamás una palabra afilada. Siempre tan pura…
Recuerdo muy patente el brillo de tu mirada cuando entraba a verte al cuarto. En esos días ya no te levantabas, y sin embargo tu situación jamás pareció hacer flaquear tu entereza de espíritu. ¡Qué sonrisa se te imprimía en la carita entonces! Tampoco volví a ver una sonrisa parecida. Extraño tu perfume y extraño tus abrazos. Esos abrazos de los fuertes, como nos gustaba decirles. Extraño cantar contigo. Nunca más quise cantar Desde Santurce a Bilbao. Es que no puedo, no desde que te fuiste. ¡Se me hace un nudo tan feo en la garganta! Si supieras cuánto te debo por todo lo que soy y tengo. Por todas las horas de tu vida que me regalaste…
Siempre procuro recordarte en cosas lindas. Me acuerdo que adorabas las frutillas. Yo siempre te preguntaba si querías comer alguna, y me decías que sólo una. Pero tengo que confesarte algo: de diablito, solía dejar tres o cuatro con azúcar en el plato, sobre la mesa y bien al alcance de tu mano. Entonces con Pedrito ‘el pincha-pincha’ (que ya no está tan terremoto) nos escondíamos atrás de la puerta de la cocina, donde no podías vernos porque quedabas de espaldas. Entonces, muy picarona vos, girabas la cabeza hasta donde los años te permitían y, cuando creías que no habían Ormaecheas en la costa, estirabas la mano y te robabas una ‘frutillita’. Por supuesto, nos encantaba entrar justo en ese momento, y nunca faltaba el que la pusieras de vuelta en el plato y dijeras con un intento de disimulo: “¡Estaba viendo qué buenas estaban las frutillas!”. Creo que ya no las hacen tan ricas…
Y a veces de tarde me acostaba contigo en la cama, a lo que siempre decías: “Ayyy… que lindo…”. Siempre te decía que intentaras dormir, pero nunca lo lograba. Creo que temías despertar y que me hubiera ido. De todos modos te hacías la dormida para dejarme contento, ¿no? Y de noche, sobre todo en las noches de invierno, me gustaba arroparte y decirte que afuera hacía ‘muuucho frío’, buscando consolarte el sueño con la sensación de un hogar acogedor y una cama calentita.
Nunca me gustó tener que alejarme de ti. Es que tenía que seguir creciendo en la misma ciudad que me vio nacer, ¿viste? ¿Me extrañaste esos meses que no estuve allá en casa? No pasó mucho hasta que decidiste partir, pero vasquita mía, ¿por qué tuviste que hacer la valija un día antes de que volviera a verte? Esa fue muy dura, tía. Me costó resignarme a hablarte una última vez, o a cantar juntos una última zarzuela. A veces pienso si te lloré lo suficiente, pero sé que nunca te gustó verme triste… De todos modos me consuela saber que te fuiste en un tibio sueño, porque así te lo merecías. Sin sufrimientos ni pesares, calentita en la misma cama que felices compartimos tú y yo.
Por acá andamos bien. La abuela está contenta con su nuevo apartamento, y eso me deja feliz. Hay que mimarla a esta Morita. Sé que la querías mucho, y sé que ella también te extraña bastante. Últimamente se le dio por pedirme que escriba, y yo cada día escribo más…
No sé como terminar la carta tía… ¡Es que siento aún así que te he dicho tan poco! ¡Que te merecés tanto más!
Gracias, eso quisiera decirte. Orgullo, eso quisiera causarte. Quiero que desde el cielo me mires, y sonrías. Y se ilumine tu mirada de ángel. Que me busques en mis sueños esta noche, y mañana, y me lleves a pasear de tu mano por la vereda de Rubens bajo aquel plátano como cuando era chiquito.
No puedo evitar amarte... extrañarte... llorarte.
Tía Ama, tía Ama… ¡Qué abrazo de los fuertes quisiera darte!
Tu Juan Diego.
Yo estoy segura que la Tía Ema fue de lo mejor que te pasó en la vida!!!! Cuanta te amaba!!!
ResponderEliminarYo tengo clarísimo que nunca conocí ni voy a conocer a alguien tan bueno, tan puro, tan especial y por suerte tuve la chance de ayudarla también y darle la mejor calidad de vida posible...ella era feliz solo con vernos, con saber que estabamos allí...siento muchas saudades de la Tía, era como que tenía la tranquilidad yo también de que alguien todos los dias le pedía a Dios por mi familia y eso no es poca cosa...
Desde el lugar que este estoy segura que sigue cuidandonos....
Fue tan importante en mi vida que creo que ni ella sabía cuanto....y para mis hijos fue lo mejor que les pudo pasar...
Nunca te olvides de la "Tía Ama" porque mucho de lo que sos se lo debes a ella....
Un abrazo y un beso cariñoso. leí la carta y quede maravillada y humillada porque no tengo esa capacidad,pero cuanto me gustaría tenerla.. TE FELICITO!!
ResponderEliminarSuzana