jueves, 30 de diciembre de 2010

Nuevo día


Abre las cortinas y que entre el sol de la mañana

que barra el aire viciado de la noche oscura y fría

que se escurran por ventanas los cantares de las aves

e inunden la casa vieja de fresca melancolía.

-

Abre todas las puertas rotas y que entren los amigos

que partan el pan con ganas y compartan el vino

nadie debe quedar afuera porque nace un nuevo día

nadie debe olvidar hermano que compartir nos da la vida.

-

Destapa el techo de chapa y que se cuele el viento fresco

y que si hay lluvia que nos moje, que la lluvia limpia el alma

de amores que no lo fueron y sinsabores muy amargos

y la deja nueva y pura como el lucero muere al alba.

-

Tira afuera todas tus llaves y rompe todos los candados

que nadie debe estar preso en su humilde morada

pues no hay peor ladrón que el sucio miedo a ser robado

ni nada más injusto que una vivienda enrejada.

-

Quita el polvo de la alfombra y pon algunas flores nuevas

Querida, que es primavera, y si es otoño que no falten

algunas hojitas secas en la mesita de noche

y si es invierno prende el fuego y que los leños nos canten.

-

Reza mucho y pide poco y no te quejes demasiado

que si miras con cuidado verás a tu alrededor

que gratis y sin impuestos otro día se te ha dado

respira profundo y lento. Y dale gracias al Señor.

Desfile de las memorias


Cansado de tropezar me asomé al balcón de mi pasado

y eché un vistazo a la gente que pasaba sin mirar mirando

por allí vi árboles con pájaros más libres que los de hoy

y vi una luna lunera y la luz de aquel farol

-

en el bar de la nostalgia de la esquina de mi barrio

te vi con un café en mano por la ventana del recuerdo

y qué amargo chiquita ese sorbo tan profundo

y no me llores Magdalena no me llores que me hundo

-

entre el viejo paraíso y el quiosco de la utopía

donde antes compraba sueños y siempre al pagaré

vi al mismo anciano de siempre con su chaleco azul oscuro

que me obligó a cerrar los ojos y recordando recordé

-

a la vecina de ojitos claros menudita pero entera

tocando a la puerta blanca a las veinte para las seis

con su canasto de mimbre vendiendo canciones vascas

y de Santurce a Bilbao sus sardinas frescué

-

oí el ladrido de un perro que me estrujó el alma intranquila

y a pocos metros la vi a la dálmata manchada

y me pidió con su cola alegre que no la extrañase tanto

que los perros van al cielo y ahí nunca les falta nada

-

por la avenida vi a mis héroes de la infancia en un desfile

cargando los estandartes como lo hacía yo en la escuela

al frente iban tres caballos sonriéndole a la gente

y atrás en la retaguardia caminando las maestras

-

quizás fue el viento de otoño o la bruma del invierno

que trajo a mi mesa amigos que ya no tocan a la puerta

o habrá sido el roce tibio de los abriles dormidos

que se coló por las rendijas de mi esperanza muerta

-

entre las hojas secas vi fotos de las casas en que vivía

y entre las nubes pasar aviones que alguna vez me hicieron viajar

al cordón de la vereda guitarras bailando con partituras rotas

y finalmente en mis manos el reloj las seis en punto golpear

-

quién sabe vuelva mañana a pasearme por el balcón

para borrarle cruces a días que ni recuerdo haber tachado

quién sabe vuelvas mañana con tu café un poco más dulce

y con un beso frío me ahogues en el néctar de tus labios…

miércoles, 29 de diciembre de 2010


POBRE MIOCARDIO

Sin querer queriendo, y entre el sueño leve,

hoy me puse a limpiar viejos cajones del miocardio;

en uno bajo llave encontré una foto tuya

que creía ya perdida hace más de algunos años

- - -

Me decidí entonces entre insomnios de verano

a escuchar en mi mente aquella balada nuestra,

tan nuestra, y tan triste, que me desgarró un suspiro

que se escapó insolente y le ganó la apuesta;

- - -

a este miocardio herido que nunca se ha curado,

que ya no late con fuerzas como lo hacía antes de verte;

a este miocardio bobo que fue a la guerra en noviembre

con un tenedor de lata y puras ganas de ganarle

- - -

la guerra de los amores rotos a tu miocardio acorazado,

ya viejo veterano en las artes del olvido…

y entre sus ciencias milenarias y tu perfume de siempre

le dio un latigazo al viento, y con un beso, lo venció.

- - -

Y así quedó, pobre miocardio, con una bala entre las sienes,

desahuciado y medio lerdo en la batalla del primer amor,

mas con manotazo de ahogado lo salvé de desangrarse

y que haga reposo eterno, para aliviarle este dolor.

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Todavía con crisis de pánico le dieron el alta en julio,

y ya pasaron tres años desde que le amputaron el honor.

Dígase que es fuerte el pibe y otra vez anda peleando,

con un poco menos de miedo,

pero aún a punta de tenedor…

lunes, 29 de noviembre de 2010

¿TU VIDA EN EL FAST-FORWARD?

La noche de domingo me trajo consigo una reflexión que se ha pasado las últimas dos horas navegando sin descanso en mi mente. De hecho, todo surge a raíz de la película Click, protagonizada por el versátil actor norteamericano Adam Sandler.

Para quienes hemos visto la película, grupo en el cual de ahora en más me incluyo, el mensaje se deslinda sin mayores dificultades. Disimulada por el incesante humor que se extiende a través de la mayor parte de la trama, se nos muestra de la forma más cruda una realidad a la cual muchos hacemos oídos sordos y ojos ciegos: el hecho de que nuestras vidas estén pasando a velocidad de fast-forward, término que en inglés designa a la modalidad de los controles remotos para acelerar el desarrollo de la película. Para los menos entendidos, es el opuesto a “rebobinar”.

Alejándome un poco de las generales de la película, que recomiendo a cualquiera que aún no la haya visto, quisiera focalizarme en la moraleja de la historia. Se trata, a grandes rasgos, de un personaje que se hace de un pequeño control remoto que le permite comandar a piacere el trascurso de distintas instancias a lo largo del día a día. Lo que llama la atención, sin embargo, es que este personaje muestra una gran preferencia por presionar el botón que le permite adelantar su vida bastante más a menudo que lo que oprime el botón de pausa, y ni que hablar el rewind.

Y en efecto, al principio parece divertido; logra evitar las horas perdidas en embotellamientos de tráfico, se saltea las discusiones con su mujer, aprieta mute cuando sus hijos se acercan a hablarle y pedirle favores, e incluso adelanta su vida a la hora de hacer el amor con su mujer. Para cualquier espectador, al principio, y pocos podrán negarlo, la idea se resume en una sola palabra: sensacional. Es como un editar los momentos que nos estorban, que sobran, que son simple “relleno” del transcurrir de nuestra existencia. Lamentablemente, en seguida uno se percata que estos momentos representan una porción significativa de la vida de nuestro sujeto en cuestión.

Lo abrumadoramente espeluznante, sin embargo, llega un poco más avanzada la trama, y es cuando Michael (Adam Sandler) comienza a notar que el control remoto funciona a memoria, es decir, registra el uso reiterado y empieza a saltear escenas de forma automática según las preferencias guardadas de su usuario. ¿Se sigue el hilo?

El resto de la obra prefiero omitirlo por respeto a los lectores que, como yo, aborrecen saber los finales de libros y películas antes de llegar a ese punto por sí mismos. Y ahora te pido, en cambio, que por un segundo pienses hasta qué punto no tenés ya en tus manos este moderno control azul…

Al menos en Montevideo, comienzos del siglo XXI, a la gente le gusta “desenchufarse”. Irónico, ¿no? Miramos un programa de tele que no nos aporta nada, simplemente para “desenchufarnos”. Dormitamos en el ómnibus o escuchamos música, porque necesitamos “desenchufarnos”. Insisto, pensémoslo bien: si estamos utilizando la jerga de las máquinas, con expresiones como “desenchufe total”, o “stand-by”, o cuando “hacemos corto circuito”, es porque gradualmente nos vemos a nosotros mismos cada vez más similares a una máquina. Entonces, te pido que te imagines como una pequeña televisión. ¿Te resulta apetecible la idea de “desenchufarte”? Cómico, porque tenía entendido que desde que el hombre es hombre, nuestra raza venía intentando huirle a ese “desenchufe total”.

Lo que Michael logra hacer en la película no es tan disparatado, ni se diferencia –a grandes rasgos- de lo que nosotros mismos hacemos cada día con más frecuencia. No es poco común que nos invadan blancos mentales. ¿Acaso no te ha pasado de quedar desconcertado porque no recordás cómo llegaste caminando a tal o cual lugar, o es que nunca has mirado sospechoso a los comensales que te rodeaban, porque jurarías a pies juntillas que es rotundamente imposible que tú mismo te hayas comido un plato de comida sin siquiera percatarte, y te resulta de lo más extraño ver cómo tu vaso de bebida se vació sin que lo recuerdes? ¿Y los resultados? No disfrutaste el recorrido al caminar, así como tampoco te deleitaste con el sabor de tu almuerzo. Y lo más triste de todo: después de beberte un vaso lleno de agua fresca seguís con la misma sed.

Otro pequeño análisis. Cuando estamos aburridos, cansados, consternados con el trabajo, con ganas de llegar a casa, pedimos a gritos que el día se pase volando. Si Dios tomara en cuenta todas nuestras plegarias, los lunes durarían menos de una milésima de segundo. Ya que estamos con la jerga, lo que queremos es apretar el fast-forward.

Pero, ¡oh pequeño detalle!: llegó el viernes a la noche, y todos queremos apretar el botón de pausa. Que no se pase el ‘finde’ tan rápido, que la noche sea eterna, que el sábado tenga 48 horas… Y así, desde lo profundo de nuestros corazones, o al menos eso creo, “domingo a la noche” es equivalente a un juramento de los más groseros jamás pronunciados. Es detestable.

¡Es patéticamente irónico! ¿Parece o no parece una broma de mal gusto? Fast-forward de lunes a viernes, pause de sábado a domingo, Fast-forward, pausa, y así vamos, más y más, alternando, día a día y año a año, desesperados, perdidos, con nuestra parte trasera a dos manos buscando un equilibrio del que no vemos ni la sombra… Pero, un momento, ¿qué es ese botón tan grande y redondo en el medio del control? ¿Play? ¿Qué querrá decir? Entonces lo apretás y… ¡sorpresa! Un segundo es un segundo. Ni 0.5 ni 2,4. Al fin el ansiado equilibrio. Y pensar que es por lejos el botón más grande, al menos de mi control remoto…

¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas? ¿Hacia qué destino estamos “fast-forwardeando”? Nos estamos olvidando de vivir con menos mediocridad y un poco más de intensidad. Nos regalaron una entrada al cine para ver una única película, y de la cual somos solos protagonistas. Y en esa mágica noche, que no tiene avant-première, cabeceamos, bostezamos, y sin darnos mucha cuenta los amigos y la familia que nos acompañaron al cine lentamente se van marchando por las sendas laterales.

Esa mágica noche, señoras y señores, es a la vez estreno y última función. Y si nos descuidamos y apretamos demasiado a menudo el fast-forward, en un abrir y cerrar de ojos, con el pop a medio comer y casi sin tocar la bebida, nos encontramos en la escena final y a continuación vemos escrito nuestro nombre, de forma lapidaria y sobre un fondo negro. Pero lo más triste de todo, amigo mío, es que por más que llores y patalees, y se lo pidas en dos mil idiomas, el universo no te da entradas para una próxima función…

¿¿Fast-forward?? No, gracias… Déjenme ir en “PLAY”

viernes, 10 de septiembre de 2010

La vaquita de San Antonio

La verdad es que nunca pensé que tan cercano al último aliento me fallaría la memoria y se me nublarían recuerdos que una vez creí eternos. Han pasado sin lugar a dudas muchos otoños por mi ventana. Y por esas cosas que no se pueden explicar, tuve la dicha de encontrarte aquel noviembre. Te recuerdo tímida, sentada bajo al árbol de alguna plaza de esta ciudad. Tímida, pero cálida. Así te vi por primera vez.

La valentía para sentarme a tu lado salió de quién sabe dónde. Lo tengo muy presente, porque fue así que comprobé, aún bastante joven, que el mundo pertenece a los locos soñadores sin remedio. Confieso que, gracias a ti y desde entonces, el miedo es sólo una palabra vacía.

Más de cincuenta otoños de seguro, aunque quizás hayan sido más las primaveras.

Hay algo que sin duda no olvido, y es que cierta mañana de verano te llevé a dar un paseo por un parque en las afueras de la ciudad. El nombre se me escapa… Todavía te siento de la mano, y parece que se llena el aire de tu perfume de siempre. Caminamos por un largo sendero y en ese caminar nos conocimos por primera vez. Tú que no dejabas de sonreír, y yo que no podía dejar de mirarte. ¿Te dije alguna vez que eras y eres demasiado hermosa?

Cuando por fin nos decidimos a sentarnos a la sombra de los árboles, con esa inocencia tan pura y tan tuya me regalaste tu primer beso. Si alguna vez el tiempo se detuvo, ha de haber sido aquélla.

Revolviendo el pasto con tus dedos encontraste una vaquita de San Antonio escondida bajo una hoja seca. Con dulzura la colocaste en mi brazo y me dijiste que pidiera un deseo, y así lo hice.

-¿Y qué pediste, Manuel?- dijo María casi en susurros.

Los últimos rayos del sol se colaban como podían a través de la ventana, mientras la noche se iba devorando lentamente el resplandor del ocaso. Desde su silla ubicada al costado de la cama, María logró avistar en el firmamento la luz de la primera estrella.

Los ojos del viejo hombre se cerraron levemente, y sintió como ese aliento tantas veces ignorado de a poco se convertía en un milagro a punto de extinguirse. Hizo un esfuerzo casi sobrenatural por volver a enfocar los ojos de aquélla que aquel noviembre le dio vida a su carne y a sus huesos, y vio en sus ojos la ternura que sólo construye el amor de una vida. Manuel extendió su mano con dificultad hasta tomar la mano de María, y sintió como el aire entraba por última vez a su cuerpo rendido. Entre los surcos de su mejilla se escurrió una gruesa lágrima, y en ese mismo instante se posó sobre su brazo una vaquita de San Antonio.

-Le pedí a Dios, querida, que me llevase antes que a ti…

martes, 31 de agosto de 2010

De trenes y andenes

Partió otro tren, y yo no estoy en él. No porque no quisiera subirme. Simplemente no era el mío. Me enseñó un viejo amigo que no debemos pedir trenes prestados. Que todos tenemos un asiento, en un vagón, en un tren, en un andén… en una estación.

No hay que desesperarse porque a la orilla del mar pasen las lunas. Es que las lunas no pasan. Nosotros sí. ¿Los trenes serán iguales? Quién sabe… Quizá la estación es lo fugaz, y el tren corre y recorre al tiempo, viento en popa y a todo vapor. Quizá si duermo en realidad despierto, y si callo digo lo que siento. Quizá el miedo es mentira y la verdad un juego. O quizás no…

Lo importante es el andén. Este andén en el que pasan las horas. Las horas y los días claros. Y los grises, y las noches frías. Este andén sin gemelo de regreso, donde parten amigos y otros tantos llegan más perdidos que marinero en tierra firme. No se trata sólo de subirse al tren… ¿Cuándo bajar?

En mi banco del andén se sienta una señora de cabello claro que se mira la punta de los pies descalzos. Mueve sus dedos y sonríe. Hace poco la vi bajar del tren, sin bastón y casi sin ropa. Y al otro lado, hacia la puerta de salida, veo un viejo de barba larga y bigote de tabaco, saltando en una pata y silbando un tango viejo. Se va… Por el otro lado, gateando entre los barrotes, entra un niño en pañales sucios. Parece cansado, pero sereno. Él también espera algún tren.

Entonces, como un rayo la oigo. –Levántate y anda- me dice la voz. De pie me dirijo al borde de la plataforma. Y se escucha el crepitar. Crujen las vías y a la izquierda, a lo lejos, lo veo. Es mi tren. Son los faroles que estuve esperando. Doy un paso y el tren se acerca. Cuando baja su ritmo se acelera el mío, y el vapor empapa de un aire nostálgico la vieja estación de piedra. La nada me dice adiós, y con un paso largo me sumerjo en la nueva vida.

Detrás, aún mirándose los dedos con picardía, la señora de los pies descalzos se levanta y camina. –Adiós viajero- tararea esbozando una sonrisa. –Nos vemos la próxima estación…

jueves, 29 de julio de 2010

Sermón que nada contra la corriente...

(suena el teléfono)

- Hola, ¿hijo?

- Sí, papá, ¿Cómo andás?

- Bien, ¿dónde estás?

- En casa de un amigo.

- ¿Haciendo qué?

- Nada, charlando y escuchando un poco de música.

- O sea que haciendo nada… Es la tercera vez esta semana que no te encuentro en casa estudiando. Vos y yo vamos a tener que tener una seria charla hoy de noche.

(más tarde…)

- Sentate, hijo.

- ¿Qué hice ahora?

- Nada, simplemente me preocupa tu futuro. No veo que estés estudiando lo que corresponde. Ayer me llamó tu profesor de latín. Me dijo que te nota ausente.

- ¡Es que me resulta una materia tan inútil!

- Lo entiendo, pero es parte de tu formación profesional. Pensá que en poco y nada estarás yendo a la universidad, y probablemente tengas que conseguir un empleo. Yo trabajo todo el día, lo sé, pero es únicamente para que vos y tu hermana vivan de la mejor manera posible. Por ahí va la mano, ¿no? El trabajo y el estudio son elementales, y sin ellos no hay un futuro que prometa ninguna clase de recompensa. Ya te llegará el momento de escuchar música tanto como te gustaría, pero hay que tener claras las prioridades. ¿Me entendés? Te lo digo por tu bien…

- Sí, papá…

- Nihil sine labore...*

(*Nihil sine labore: locución latina que significa “nada sin esfuerzo”)

¿Y, si por esas cosas de la vida, la situación fuera al revés?

- Hola, ¿papá?

- Sí, hijo, ¿Cómo andás?

- Bien, ¿dónde estás?

- En la oficina.

- ¿Haciendo qué?

- Puf… Un montón de cosas. Estoy lleno de planillas y formularios por doquier.

- O sea que trabajando… Es la quinta vez esta semana que no te encuentro en casa disfrutando de tu tiempo. Vos y yo vamos a tener que tener una seria charla hoy de noche.

(más tarde…)

- Sentate, papá.

- ¿Qué hice ahora?

- Nada, simplemente me preocupa tu presente. No veo que estés disfrutando de la vida como corresponde. Ayer me llamó tu mejor amigo. Me dijo que hace mucho que no se ven.

- ¡Es que ando muy cansado!

- Lo entiendo, pero es parte de tu crecimiento personal. Pensá que en poco y nada los años irán marcando presencia, y probablemente no puedas moverte ni valerte por ti mismo como solías hacerlo. Yo río y canto todo el día, pero es únicamente para que vos y tu esposa aprendan con el ejemplo a aprovechar más cada día y ser un poco más felices. Por ahí va la mano, ¿no? La risa y los amigos son elementales, y sin ellos no hay presente que prometa ninguna clase de recompensa. Ya has estudiado y trabajado lo que correspondía, pero ahora hay que tener claras las prioridades. ¿Me entendés? Te lo digo por tu bien…

- Sí, hijo…

- Carpe diem, papá. Carpe diem

martes, 27 de julio de 2010

ODA AL PAGO DEL NORTE

Allá arriba en el norte,

donde el sol pica jodido

y en julio queman los fríos,

duerme un pueblo especial…


De gentes de todos los tipos,

de hombres de muchos cantares,

de gurisas de lentos andares,

y todo parece normal.


Pero se sabe en secreto,

-o al menos los que allí crecimos-

que hay algo bien distinto

en esa boreal capital.


Y es que en el mismo aire

se respiran historias camperas,

(de mentiras verdaderas)

que dan su sabor singular…


Y el pobre vecino de al lado

es causa de risas y llantos,

pues en las buenas somos amigos.

Pero en las malas somos hermanos


Como también es evidente,

defectos… a todos nos toca:

el nuestro es que mucho nos gusta

el olor de una fresca fofoca.


Somos mezcla de culturas,

casi hijos de dos naciones,

pero de raza solemne y pura;

uruguayos hasta los cojones


Se nos da muy bien el portuga.

El samba… está en nuestras venas.

Escolas en Río tenemos,

y caipirinhas pa’ ahogar nuestras penas


Paradojas no nos faltan:

la novela de las ocho es a las nueve,

y nos encanta salir a acampar

-sobre todo cuando llueve-.


Tenemos Sarandas eternas

y cerros mas chatos que un plato,

luces malas y buenas guitarras

¿qué mejor pa’ pasar el rato?


Si usté es de Rivera mi amigo

sabrá muy bien de que hablo.

¡No se me escape como tordillo

al ver por la tarde el establo!


Pero hay una cosa, estimados,

con la que quiero concluir:

y es que bayanos seremos todos

hasta la misma hora de partir…

domingo, 25 de julio de 2010

Tributo a un amargado

Me lo pide como ofrenda.

El sol que nace en los pagos

me insiste que vierta el agua,

que más que agua es vapor.

-

Como nido, de buen hornero,

se me hace el mate sencillo,

y como ese sol indomable,

al verde le saca el brillo.

-

Curioso es que con la bruma

se confunden… los fantasmas;

en tierra de los charrúas

cabalgan, en soledad.

-

No se ríe a la ligera,

ni por tus logros se alegra,

pero hay una cosa, hermano,

que no se le puede negar:

-

El muy amargado acompaña

sincero y sin condición.

-

Y si el invierno te enfría el pecho...

pues él calienta el corazón.

viernes, 23 de julio de 2010

¡Más que un Gervasio!


Me resigno a tu partida,

a este vacío en el pecho,

a esta amargura en los labios

de saber que te fuiste lejos.

-

Me desarma la despedida

y me aflora otra vez el llanto,

aunque sienta tu presencia

que se hace fuerte en mis cantos.

-

No me alcanzan las palabras,

los consuelos de segunda.

No hay promesas que rellenen

este agujero, esta distancia.

-

Aunque sueñe con porteras

que se abren a un rencuentro,

esta pena duele adentro

y nada le puedo hacer.

-

Porque te fuiste, mi sangre,

a caballo dejaste los pagos

y sé, que fuiste al fin libre

y que al cielo llegaste bailando.

-

Pero te fuiste, y esto no olvido,

que quedan comas en el tintero,

pero se ve que el Tata te quiso

de ayudante en el paraíso.

-

Y ahora, ¡cómo te extraño!

aún arde la herida,

tan fresca

como la flor del ceibo, tan roja,

tan pura,

y tan bella…

-

Te admiro, tío querido,

lo grito, fuerte y despacio

que, ¡pucha!

para mi corazón humilde…

¡supiste ser más que un Gervasio!

lunes, 12 de julio de 2010

yo Celeste, vos Celeste... y nosotros también...


Aguerrido sos

celeste, naciste

indomable y terco,

nostálgico y algo triste.

-

Uruguayo vos,

con tus sierras y cuchillas,

de murgas y candombes

de la plata, y sus orillas.

-

A caballo vas

charrúa, en las venas

tus voces, roncas cantan

de tu pueblo las penas.

-

Marchás detrás

de sueños y pasiones.

En los bolsillos llevás

sin miedo, las ilusiones.

-

Pueblo guerrero,

tierra de poetas.

En tus campos el tero,

y en tus cielos las cometas.

-

País tan chico, y grande

tan grande como tu gente,

de Blanes y de Artigas

siempre listo, y presente…

-

Honrado el criollo

nacido entre tus fronteras.

Llevamos como tu cielo

el azul en nuestra bandera.

-

Uruguay mío, vibrante,

me diste un sol que me guía,

me diste tu orgullo y raza.

Y el mate de cada día…

--

Tus goles mi voz desgarran.

Tu himno mis ojos llora.

Tu nombre nos hace hermanos.

Tu historia me sabe a gloria…

martes, 22 de junio de 2010

Frío inverbal

Invierno, estufa a leña, amaneceres gélidos, helada en los pastos, frazadas tibias, tus manos frías, tu recuerdo cálido y mis pies helados. El viento del sur en la ventana del norte, el cielo y las estrellas tiritando, mis manos temblando y tus labios, chocolate caliente y conversaciones, tiempo, fútbol, mundiales y ansiedad, caminos no a Roma y hojas sí resecas. Muchas hojas resecas en Pocitos. Menos día y más noche. Y qué noches. Y una grapa, una peli en el sofá y los vidrios empañados. Y los amigos y las chicas de los amigos, y las chicas propias y las ajenas. Y las ganas y las dudas, verdades crudas y mentiras de hielo. Nieve, pero no acá. Sí el patinaje sobre hielo. En Rivera la humedad, el viento por estos pagos. Y por estos pagos también la música, el jazz y Michael Bubble. Alfombras suaves, almohadas mullidas y camas arropadas. Baños de agua harto caliente, deportes sin calor pero ejercicio al fin con mi raqueta. Y Wimbledon. Un sol fantasma y una bruma fina en la noche implacable. Bruma fina y tan densa a la vez. Un libro en mi mesa de luz y la veladora encendida. La abuela, las agujas y la lana, las tostadas y las lentejas, ¿con azúcar mijo? Mi campera preferida y las bufandas y guantes, y la esporádica llovizna triste, pero para mí alegría. Y Sabina y Lost y Hershey’s con castañas. Schleiermacher por la tarde y mis escritos por la noche. El calor de las fotos, el olor a mermelada y el dolor de un golpe en seco. Y esta gran ausencia de movimiento y verbos conjugados. Y qué feliz yo en invierno. Bienvenido amigo de cuatro lustros.

domingo, 20 de junio de 2010

El exilio de las ideas

INTRODUCCIÓN

No pretendo hacer de este relato una crónica de carácter histórico ni mucho menos. Un atrevimiento, eso sería de mi parte, adjudicarme el derecho de narrar u opinar sobre la historia y los hechos de una nación, cuando ni siquiera puedo decir que los viví en carne propia, ya que lo que me dispongo a contarles ocurrió allá por 1976 en mi ciudad natal. Sí, eso lo afirmo, y con orgullo. Soy montevideano y riverense, del sur y del norte, de la playa y de los cerros chatos. Soy pseudo-escritor, pero no historiador. Sin embargo, sí lo fue la persona en la cual se centra la historia que estoy apunto de narrarles. Historia que por los azares –a veces inexplicables- de la inspiración me decidí a titular:

-

El exilio de las ideas

-

La mañana fresca y soleada se descubría en el cielo de la capital, prometiendo una temperatura agradable para lo que restaba de la jornada. Una mañana que desde el primer despunte de luz pescó a Lucía con los ojos como el dos de oro, sin consuelo del sueño y resecos por el desvelo. A Luis ya se lo habían llevado. Su marido era presidente en la Junta Departamental. Lucía, por su parte, dictaba clases de historia en la Facultad de Humanidades. Comunista él. Comunista ella.

No había pasado mucho tiempo desde que lo habían apresado a Luis. Eran tiempos difíciles, manchones negros retintos en la historia de nuestro país. Tiempos de desconfianza hasta del hijo propio, o del padre. Tiempos de secretismo y complots, de guerras de pólvora y de intelectos, de izquierdas y de derechas, de fachas y de bolches, de uniformes y de fugitivos. Y ella temía. Temía por sí misma y por su hijo Daniel, que aún no llegaba a la mayoría de edad. Él no era comunista, sino algo peor aún: hijo de comunistas. Traía las ideas neoliberales desde la cuna, o mejor dicho desde el vientre materno; ideas anarcas, revolucionarias y todo eso... Y ella temía. Temía por él, por su seguridad y su libertad.

Fue así que Lucía determinó su autoexilio y el de su hijo. La disyuntiva estaba clarísima: o salía del país para no volver a entrar, o se quedaba encerrada en su país para no salir más. El contacto ya estaba hecho. La esperaba el mismísimo embajador en la Embajada de México, donde le había confirmado que recibiría asilo transitorio hasta que pudiera partir finalmente a México. Debería ser puntual y llegar a las once de la mañana, ni antes ni después.

-

Hago una breve pausa en mi relato para, me nace la expresión en inglés, “shed some light” sobre los hechos, dicho de otro modo, clarificarlos. En esta historia no hay buenos y malos, justicieros y criminales o vencidos y vencedores. Lo que acá les cuento trata acerca de realidades, de supresiones y de espíritus fuertes, de pájaros que simplemente se rehúsan a la jaula. Y por más grande que pueda ser una jaula, sólo es al fin de cuentas una jaula, un espejismo, una quimera de libertad. O se es libre o no se es libre. Solía pensar cuando niño en el zoológico que las águilas en las grandes jaulas eran más libres que los canarios en las pequeñas. Solía pensarlo. Hoy creo que, o el pensamiento galopa libre por el campo, o se lo reprime y termina por ahogarse en su propio deseo de independencia. No sé qué creeré mañana. No juzgo como espero no ser juzgado. No tomo partidos, ni “riva bianca” ni “riva nera”. Ahora sí continúo con el relato…

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Hacía ya varios días que Lucía se escondía en casa de sus dos primas, la primera de sangre y la segunda política, mi tía abuela y mi abuela, respectivamente. Se encontraba allí también su hermana Ñurka. Me cuenta mi abuela que alrededor de las diez comenzó la parte más cruda: el adiós. Me cuenta con lágrimas que asoman con disimulo los largos minutos de abrazos interminables y llantos y últimos besos. Porque en el alma de un pueblo las dictaduras son eternas y no prometen finales, sin que esto mate del todo la esperanza de algunos hombres. Y mujeres. Me cuenta de los nervios y el miedo de no saber si volverían a ver a Lucía, o lo que es aún peor, de no tener ni la más remota garantía de que lograría llegar sana y salva a la embajada. Y veo en sus ojos, en los de la abuela, los ojos de las personas a las que el recuerdo les aprieta el alma y les estruja el pecho. Ese revivir sabores amargos al revolver lo que ya saben…

La situación hacía que todas las medidas de seguridad fueran pocas. Ni los vecinos, que en aquel entonces tenían otro significado, podían saber qué sucedía. Sin embargo había alguna que otra vecina que, pese a conocer el paradero de la buscada, supo echarle correa a la lengua y tragarse las ganas y las dudas. Es que siempre hubo, hay y habrá buenos vecinos.

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Fue por esa inseguridad ambiente que Lucía vestía aquella mañana cálida de otoño una peluca rubia con olor a placard viejo y un sombrero de verano. Me gusta pensar, de atrevido, que se la colocó su prima mayor, mi tía, frente al espejo que hoy tengo en mi cuarto, como una madre que viste de novia a su hija antes del gran “Sí”. Lucía sentada y ella de pie arreglándole los mechones de pelo más oscuro que le huían a la mentira. Me gusta imaginarlas a ambas mirándose a los ojos en el espejo, Lucía con la mirada intranquila pero intentando aparentar que todo estaba bien, y mi tía con ojos que decían: “Cuidate. Yo sé que vas a estar bien. Rezaremos por ti. Te quiero.”

Pasadas las despedidas y una vez que se secaron las lágrimas abrieron la puerta blanca de hierro. En el jardín la recibía la planta grande de flor de pajarito, y el portoncito, cerrado, parecía decirle “No te vayas”. Lucía se alejó de la puerta en dirección a la vereda, y como el portoncito no quería darle paso tuvo que saltar sobre el pequeño muro. Las otras tres mujeres permanecieron inmóviles en el umbral de la puerta, sin mediar palabra y conteniendo la respiración.

Allá iba Lucía, mujer e historiadora, madre e hija. Allá iba una mujer con la cabeza en alto y las ideas claras, sin maletas ni ataduras más que las del sentimiento. Cruzaba la calle Rubens cuando oyó un ladrido que la sobresaltó. Era sólo un perro. Y Lucía siguió caminando en dirección a la esquina de Atlántico y Rubens, quizá con lágrimas en los ojos sin querer mirar atrás, o quizá con los ojos secos y el cuerpo fuerte porque su grandeza, su valentía y principalmente su fe le decían que volvería a ver aquella flor de pajarito bajo soles más vivos. Pero ahora era cuestión de llegar a Avenida Italia para tomar un taxi. El taxi de la libertad. El del nunca más.

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Me cuenta mi abuela que jamás se dio la vuelta, primero porque ojos que no ven corazón que no se arrepiente, y además por la seguridad de la maniobra. Sé que Lucía llegó a la esquina, y me dice la abuela que antes de doblar levantó la mano, se acomodó la peluca y, por un segundo, en ese saludo encubierto, Lucía dijo adiós a su país, a su familia y a sus raíces, pero no a su orgullo y, definitivamente, no a su dignidad.

miércoles, 16 de junio de 2010

Un inglés en Montevideo


Sir John Scott llegó a Uruguay apenas pasado el mediodía. Le llamó la atención, cuando su avión aún se encontraba en ruta de aproximación, el oír a los pilotos de PLUNA decir en un inglés más bien rústico que se habían suspendido las comunicaciones con la torre de control. En cambio, procederían a sintonizar una radio que, si mal no escuchó, se llamaba Sport 890.

Mayor aún fue su sorpresa al aterrizar en la pequeña nueva joyita aeroportuaria de Carrasco. Se encontró un aeropuerto virtualmente desierto, con un por demás bajo número de personal en los puestos de check-in y migraciones. Sir Scott confirmó lo anormal de la situación cuando entró al sanitario: el papel higiénico era sky-blue

Al salir de la terminal de arribos las irregularidades continuaron. Descubrió que no sólo no había taxis o remises, sino que los buses pasaban de forma sumamente intermitente y portando una bandera uruguaya al frente. Todo indicaba que era un día festivo, probablemente la conmemoración de la declaratoria de la independencia o algo por el estilo… Y sin embargo todos en el ómnibus, chofer y guarda incluidos, llevaban puestos un par de auriculares.

No sino tras varios percances logró Sir Scott llegar al Hotel Sheraton, donde, ya sin sorprenderse demasiado, encontró la recepción despoblada. Fue entonces que decidió comenzar una carta a su esposa en Londres, escribiendo lo que humildemente traduzco a continuación:

Wednesday 16th June, 2010

Mi querido pastelito de calabacín,

Mi recibimiento en este país sudamericano rodeado por gigantes ha sido, si se me permite, bochornoso. Al llegar a mi hotel he encontrado la recepción vacía, y luego he descubierto a todos los empleados sentados en las mesas del restaurante de la planta baja bebiendo lo que parece ser una infusión de hierba verde e hipnotizados frente a la pantalla LCD. Fue entonces que descubrí que a las 3.30pm comenzaba el partido de Uruguay en la Copa del Mundo (aunque temo decir, cariño, que pese a ser una ex-colonia nuestra, en Sudáfrica no son tan puntuales como en England, ya que, por lo que pude apreciar, el partido no comenzó sino hasta las 3.33pm).

Sumamente molesto y ofendido por la falta de atención hacia mi persona me decidí a dar una vuelta por el Shopping Centre. Y resulta que estaba cerrado. A primera vista, todo Montevideo parecía un pueblo fantasma. Las calles estaban desiertas… Sin embargo, no pasó mucho hasta que me percaté del paradero de los pobladores. Había concentraciones masivas de personas en los bares de cada esquina de la capital, y provenientes de las casas alcancé a oír murmullos y gritos aislados que se filtraban por las ventanas cerradas.

Sin saber qué hacer en mi tiempo libre opté por dirigirme a alguna iglesia a rezar, como tú bien sabes hago siempre que arribo sano y salvo a destino. En el camino comencé a dudar seriamente de mi buen juicio, puesto que podría jurar que un grupo de perros ladraban al unísono, no el guau guau como se estila en otros sitios, sino algo que más bien sonaba a for lán for lán. Hice de esto caso omiso, asumiendo que era algún efecto resultante del jetlag y de las copas que bebí en el vuelo. Así continué mi camino por las embanderadas calles.

No puedo negar que me resultó un tanto molesta la persistente imagen del mismo caballero en las publicidades de Claro, Oca, Santander, Abitab, etcétera, etcétera, etcétera. Me enteré hace un rato que se llama Lugano…

Cuando llegué a la iglesia se me vino el corazón a los pies. ¡Jamás había visto herejía semejante! En lugar de la imagen de Jesús en la cruz se encontraba un muchacho de pelo largo vistiendo una camiseta con el número 13, y en vez de la esperada inscripción de I.N.R.I pude apreciar que se leía L.O.C.O. (‘crazy’ en inglés). Los fieles habían desaparecido, el párroco estaba sentado con los pies apoyados sobre el altar escuchando la bendita 890 y en lugar del Vía Crucis se exhibían las diapositivas del gol que llevó a Uruguay a clasificar para Sudáfrica 2010. Irritado por semejante blasfemia resolví volver al hotel, donde quizás en mi habitación podría descansar.

Como si todo esto fuera poco, pude apreciar de regreso al Sheraton un comportamiento extrañísimo por parte de las hojas secas, que parecían caer de los árboles más lentamente que de costumbre, asomándose en el trayecto a las ventanas de los bares con la vaga esperanza de ver un gol en Pretoria… No cariño, no estoy perdiendo la cordura…

Imagino que no te extrañarás si te digo que cuando, finalmente acostado en la cama me disponía a ver algún film en la TV, tuve el desagrado de notar que el partido no sólo era trasmitido por los canales de aire, sino que también lo estaban pasando en todas las cadenas de TV: HBO, CNN, ESPN, Discovery Channel, Animal Planet, y ¡hasta en la BBC!

Lo que aún no me queda claro es si hoy se jugaba un partido de la primera ronda o la final de la copa, ya que los festejos posteriores al 3 a 0 con victoria uruguaya fueron por demás excesivos…

Cariño, en unas horas embarcaré de vuelta, esta vez en un confortante vuelo de nuestra querida British Airways. Y si bien no puedo afirmar categóricamente que mi español en esta jornada se haya visto perfeccionado, sí aprendí una frase que por aquí, si no me equivoco, equivale a nuestro “please”. Es algo así como: “soy celestey, celestey soy yo”

Yours,

John.