martes, 4 de mayo de 2010

Esto me huele a sabiduría...

A Isabel siempre le gustó leer. Nunca olvidó el primer libro que su padre le regaló. Hasta hoy recuerda aquella tarde lluviosa como si los años no hubiesen transcurrido.

Las gotas se colaban en la parra desnuda del fondo, y el calor del horno encendido empañaba el vidrio de la cocina. Un olor dulzón, a mermelada casera, a clavo de olor y almíbar, iba gradualmente tomando cuenta de la vieja casona. Un aroma que desde su infancia se le . impregnado en la piel como un vestigio del amor que recibió en aquel hogar de paredes blancas y techos altos, y que quince años más tarde en tiempos menos favorables le recordaría a su madre y a los días más felices de su vida.

Isabel estaba sentada en un banquito alto de madera, y sus pies no llegaban al suelo. Con sólo tres añitos tenía los ojos claros como su abuela, el pelo castaño almendra como su padre y pecas en el rostro al igual que su madre, pero una sonrisa tan mansa como nunca se había visto en la familia era su rasgo más distintivo.

Su mamá, le había encargado controlar la hornalla mientras iba a la panadería de la esquina por “una rica sorpresa”. Isabel sabía que la sorpresa se traducía en tortas fritas. Finitas y crocantes tortas fritas con azúcar. Bastante azúcar.

A las seis, puntual cual relojito suizo, llegaba su padre del trabajo. Ella siempre lo esperaba ansiosa, expectante. El viento golpeaba la puerta de mosquitero que daba al fondo, lo cual a menudo producía un leve escalofrío en la niña. Levantó la mirada y vio el reloj de pared. Seis en punto.

Sintió el ruido de un auto que estacionaba, e inmediatamente la puerta del frente que se abría. Era su padre.

Princesa, le llamaba siempre. ¿Cómo está mi princesita cumpleañera? Isabel corrió a recibirlo. Su padre colgó el paraguas negro, se quitó la larga gabardina y alzó a la niña en brazos. Le dio un beso en la frente y se sentó con ella en el silloncito del hall de entrada. Te traje un regalito, Princesa, pero es una sorpresa y tenés que cerrar los ojitos. Isabel obedeció, e inmediatamente sintió que su padre sacaba algo de una bolsa que había notado que llevaba en la mano y lo colocaba frente a su cara. Ahora, Princesa, dijo Raúl, quiero que respires profundamente. Así lo hizo la niña, y como en una ráfaga sintió un olor que no podía identificar, pero que la cautivó al instante.

Su padre le cubría los ojos con una mano para que no espiase, y la niña no dejaba de inhalar el perfume de ese objeto desconocido que se encontraba a apenas unos centímetros de su cara. Entonces, suavemente, sintió el contacto de la página fría con su la punta de su nariz. Raúl retiró sus manos de los ojos de la niña, y ésta los abrió lentamente. Alcanzó a leer un nombre: Ismael. Pese a su corta edad, Isabel ya podía leer.

Era su primer libro, y había sido un encuentro de fantásticas, casi mágicas proporciones. Cuando su padre cerró el tomo y lo colocó sobre sus pequeñas manos, la niña acarició con detenimiento su tapa dura sobre la cual se veía el dibujo de una ballena completamente blanca y un barco con varios hombres. Alcanzó a leer en letras doradas “Moby-Dick, por Herman Melville”. La niña abrió su regalo al azar por la mitad y lo arrimó nuevamente a su cara. Volvió a respirar con intensidad, más allá de la capacidad de sus pulmones, que se le llenaron de curiosidad y ansias de saber más, de ganas de devorarse sus páginas y desenterrar las historias que en cada párrafo y con cada capítulo irían cobrando vida y tornándose reales, a medida que ella fuese acariciando renglón tras renglón con su mirada serena.

Isabel se vio sumergida en un estado de trance que le duró toda la tarde, y que poco alteró la llegada de su madre. Esa noche, la pequeña se fue a la cama con su nuevo libro bajo el brazo, que colocó sobre su almohada como cualquier niño habría colocado un peluche o un muñeco. Isabel se durmió acariciando las hojas recién impresas con sus pequeños dedos y aspirando el perfume a páginas nuevas y a tinta, siempre en pequeñas cantidades por miedo a que se agotase demasiado pronto. Años más tarde, llegaría a la conclusión de que los años van paulatinamente realizando un sabio canje en señal de gratitud por la preservación de un libro, transformando esa fragancia a libro nuevo en un olor aún más fascinante y singular: el olor a libro viejo.

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Los libros me transportan. Me narran historias épicas y me susurran secretos al oído por las noches. Cada libro es un vasto universo lleno de oportunidades, y sus personajes se vuelven tan reales que con frecuencia me ha costado discernir la realidad de la ficción. Aunque a veces pienso si realmente existe tal frontera, o si no es más que un engaño de los sentidos, meras quimeras, y si de hecho ambos mundos, el de Melville y el de Ismael, no coexisten en pacífica armonía en dos planos eternos y paralelos. Sólo sé que por los libros he vivido muchas vidas, amado muchas veces y muerto otras tantas. Y sé también que en cada libro que leo, yace oculta y expectante la promesa de algún anhelado reencuentro.

3 comentarios:

  1. Es casualidad que el libro sea justamente Moby Dick? No lo creo!!! y me trae a la mente las millones de veces que durante mucho tiempo tu papi te lo leía....todos los dias...más de 5 o 6 veces por dia!!! Creo que empezaba a leerlo y enseguidita vos seguias diciendo lo que venia como si lo estuvieras leyendo...definitivamente por algo saliste tan buen lector!!! Eran entre otras cosas tus momentos más felices...que te leyeran cuentos!!! y Bel contribuyó a eso muchisimo...por eso el personaje se llamará Isabel? demasiadas coincidencias hijo mio!!!
    Muy lindos recuerdos que vienen a mi mente y me hacen agradecer cada día lo ya vivido...TQM

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  2. Me ha encantado el cuento, querido Juan.
    Y te digo q cada dia reconozco menos esa frontera entre los libros y la realidad.
    Como lo dice otra Isabel, una tiene un mundo interno con personajes que se mecen a su antojo y te hacen vivir, morir,sentir q la vida vale la pena...
    Como te dije el otro dia,es un placer reencontrarte en los libros...en esta vida,en los sueños,en las ganas.
    Sé que algo de esa soñadora empedernida que fuí, te lo habré mostrado en esas tardes de plazas y paseos,donde disfrutaba mas que tú el que no quisieras dormirte la siesta.
    Eso de contarte cuentos por las calles,de inventarte historias y de tomar cada paloma del cielo,cada hoja del piso,como una manera de acercarme a ti...como lo hacen los libros.
    te quiero infinito de infinito!

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  3. Y yo te dije Bel que algo tenía que salir de una frase tan fantástica! Fuiste en todo sentido, junto a papá y a mamá, la que motivó a que me pusiera a recordar (no sé si es que lo recuerdo de hecho o si creo que es así de tantas veces que me lo han contado)las tardes en las que papá me leía tanto, o vos me contabas historias por la calle, o mamá me hacía algún regalito todos los días: un 'bichito' de goma para mi zoo casero, o algún libro (me acuerdo patente de uno en el que varios animales se juntaban para llegar a la luna, y el ratoncito le arrancaba un pedazo porque era de queso jaja). En fin, muchas cosas que me hacen darme cuenta lo feliz que fui, soy y -¿por qué no mantener el mismo camino?- seguiré siendo si Dios quiere y si estoy siempre rodeado de gente tan increíble como la Princesa Isabel Clara Eugenia!
    Gracias por las lindas palabras, te quiero muchísimo.

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